Más allá de la encrucijada del unipartidismo y el multipartidismo: apartidismo para Cuba
por Henrik Hernandezpublicado enLa política cubana se encuentra en una encrucijada crítica. La exigencia de cambio político, que demanda el fin del unipartidismo y la instauración de un sistema multipartidista, ha ganado tracción en diversos sectores de la sociedad. Sin embargo, antes de embarcarnos en un cambio de esta magnitud, es fundamental reflexionar sobre la historia y las lecciones aprendidas de los sistemas políticos tanto de Cuba como del mundo.
Antes de la Revolución de 1959, Cuba experimentó un sistema multipartidista que, lejos de resolver los problemas socioeconómicos del país, los exacerbó. El periodo republicano estuvo marcado por la inestabilidad política, la corrupción y la incapacidad de los partidos para gobernar de manera efectiva. Las disputas constantes entre facciones políticas y la manipulación del poder por parte de las élites económicas llevaron al país a una situación de caos y desigualdad, que provocaron una situación revolucionaria.
El multipartidismo cubano pre-1959 demostró ser ineficaz para abordar los problemas estructurales de la nación. En lugar de fomentar un desarrollo sostenible y justo, perpetuó un sistema que favorecía a unos pocos a costa de la mayoría. Esta experiencia histórica lleva a cuestionar la viabilidad de un regreso al multipartidismo como solución a los problemas actuales, como proponen las activistas del desmantelamiento del sistema político cubano actual.
La autodescalificación del multipartidismo no es un fenómeno exclusivo de Cuba. En muchos países del hemisferio occidental y otras partes del mundo, los sistemas pluripartidistas han mostrado serias limitaciones.
A menudo, estos sistemas resultan en gobiernos fragmentados e ineficaces, incapaces de implementar políticas coherentes debido a la falta de consenso y la competencia constante entre partidos, solo interesados en satisfacer necesidades e intereses de los grupos económicos de la élite que representan.
Casos como los de Italia, donde la política está fragmentada en múltiples partidos que dificultan la formación de gobiernos estables, o incluso de Estados Unidos, donde el bipartidismo ha llevado a una polarización extrema y parálisis legislativa, ejemplifican los desafíos inherentes al multipartidismo. Estos ejemplos ilustran que la pluralidad de partidos no garantiza una mejor gobernanza ni una solución efectiva a los problemas socioeconómicos.
China y Polonia, son casos de multipartidismo en la época del “socialismo real”. Estos países muestran fehacientemente, que la presencia de varios partidos bajo la égida de uno de ellos, no garantizaron las transformaciones revolucionarias que, la construcción del socialismo exigen. Por lo tanto, nos evidencian contundentemente, que el pluripartidismo tampoco puede avalar el establecimiento de una sociedad socialista. China estableció un Capitalismo Monopolista de Estado, mientras Polonia salto hacia el neoliberalismo.
Los sistemas unipartidistas en otros países del campo socialista, como fue el caso de la URSS, siguieron un camino similar. Lejos de romper con las relaciones de producción capitalistas, estos sistemas evolucionaron hacia formas de Capitalismo Monopolista de Estado, dentro del propio modelo llamado socialista.
Las clases trabajadoras, a quienes supuestamente se debía liberar, continuaron sufriendo bajo formas de explotación, esta vez por estructuras burocráticas del partido en vez del capital privado.
Luego cuando la burocracia partidista no se conformó con el uso y disfrute indebido de la propiedad estatal, consideró que esta no le garantizaba la heredabilidad, entonces dieron el salto a otros modelos capitalistas proclamando la propiedad privada sobre los medios de producción estatales.
V. I. Lenin consideraba que el partido conductor de la clase obrera estaba llamado a dirigir la construcción del socialismo, como “partido de nuevo tipo”, cuya misión política durante el periodo de transición del capitalismo al socialismo, debía crear las bases del nuevo sistema socialista y del modo de producción comunista a través de transformar el proceso de apropiación social, descomponiendo las viejas relaciones de producción y a partir de ellas, crear nuevas. Ese proceso conlleva a la desaparición del partido, al sucumbir éste ante las nuevas condiciones históricas de un modo de producción comunista.
No obstante, este proceso se mediatiza y tanto en los sistemas multipartidista como unipartidistas dentro de los países del campo socialista, terminaron de una forma u otra estableciendo modelos dentro del sistema capitalista mundial. De esa forma el partido abandonó su misión histórica convirtiéndose en razón de sí y para sí, por lo cual asumió un rol abiertamente contrarrevolucionario, poniendo fin al asalto al cielo por los proletarios.
En la actualidad, la no compresión o negación de tal evidencia, basada en la práctica social, lleva al estancamiento de las ciencias sociales, que frenan la posibilidad de construir el socialismo en grupo de países o en uno aislado, como es el caso de Cuba.
El sistema unipartidista cubano, vigente desde 1965, ha enfrentado sus propias críticas y limitaciones. Aunque ha logrado avances en áreas como la salud, el deporte, la educación, la estatización de la propiedad (como forma de propiedad social) y el mantenimiento de la soberanía e independencia política también ha perpetuando una serie de problemas económicos y sociales, pues el partido al igual que en otros países no llevaron a cabo profundamente su misión de “partido de nuevo tipo” y es por ello que el país se encuentra en una disyuntiva política.
¿Qué camino seguir?
La disyuntiva entre unipartidismo y multipartidismo en Cuba no tiene una respuesta sencilla. Algunos sectores minoritarios promueven que alcanzar la justicia social, la equidad económica y la participación democrática se debe crear de un sistema que combine elementos de ambos modelos, mientras otros abogan abiertamente por el multipartidismo apelando al neoliberalismo y a la socialdemocracia. Dentro de Cuba, el 86% de la población aprobó en 2019 una nueva Constitución, que refrenda el unipartidismo.
Más allá de la encrucijada actual del orden de cosas, las soluciones que se barajan, lo cierto es que la sociedad cubana necesita un cambio de paradigma, pero considero que el mismo no pasa por “botar al niño junto al agua de la palangana”, es decir hay que conservar todo lo bueno de la práctica social cubana.
Soy del criterio de que Cuba debe avanzar hacia un sistema político sin partido (apartidista), que sea capaz de superar las limitaciones del unipartidismo y del multipartidismo, donde la representatividad, la participación e inclusión sean pilares fundamentales. Este enfoque se basa en un modelo electoral y de control ciudadano que emana desde los barrios, centros de trabajo y estudios, promoviendo una democracia directa y participativa.
La democracia directa: un enfoque alternativo
El sistema sin partido se sustenta en la idea de que los ciudadanos pueden gobernarse a sí mismos de manera más efectiva y justa sin la intermediación de partidos políticos. En lugar de delegar el poder a estructuras partidistas, el poder residiría directamente en las comunidades locales, quienes seleccionarían y controlarían a sus representantes.
Representatividad desde los barrios, centros de trabajo y estudios
En este modelo, cada barrio, centro de trabajo y estudio se convierte en una unidad básica de gobernanza. Los ciudadanos eligen a sus representantes de manera directa, basándose en el conocimiento personal y la confianza en individuos comprometidos con el bienestar común. Estos representantes no actúan como miembros de un partido, sino como delegados de sus respectivas comunidades, respondiendo directamente a sus electores.
Este sistema asegura que los representantes estén profundamente conectados con las necesidades y aspiraciones de sus comunidades. La cercanía entre electores y representantes fomenta una mayor transparencia y responsabilidad, reduciendo la posibilidad de corrupción y desconexión que a menudo caracteriza a los sistemas partidistas.
Participación y control ciudadano
Una característica esencial de este modelo es el control continuo que los ciudadanos ejercen sobre sus representantes. A través de asambleas comunitarias regulares, los ciudadanos pueden evaluar el desempeño de sus delegados, proponer y debatir políticas, y, si es necesario, revocar a los representantes que no cumplan con sus expectativas.
Estas asambleas deben funcionar como espacios de deliberación y toma de decisiones, asegurando que el poder político no se concentre en manos de unos pocos, sino que se distribuya de manera equitativa entre todos los miembros de la comunidad. Este proceso fomenta una cultura política activa y participativa, donde cada ciudadano tiene un rol directo en la construcción y mantenimiento del sistema político.
Inclusión y equidad
El sistema sin partido también promueve una mayor inclusión y equidad. Al eliminar las barreras y jerarquías impuestas por las estructuras partidistas, se facilita la participación de grupos tradicionalmente marginados del poder real. La representatividad se basa en la capacidad y el compromiso de los individuos, no en su afiliación a un partido o en su poder económico.
Además, este modelo permite una mayor flexibilidad y adaptabilidad a las condiciones locales. Cada comunidad puede desarrollar mecanismos específicos de gobernanza que respondan a sus particularidades culturales, sociales y económicas, enriqueciendo así la diversidad y la innovación política.
Desafíos y oportunidades
Implementar un sistema sin partido no está exento de desafíos. La falta de experiencia en autogobierno y la necesidad de desarrollar nuevas instituciones y mecanismos de coordinación son obstáculos significó
Las bases para un sistema apartidista
Para que un sistema sin partido sea viable y efectivo, es esencial construir una infraestructura robusta y mecanismos claros que faciliten la participación ciudadana y el control comunitario. A continuación, se detallan algunos elementos clave que podrían formar parte de este sistema.
Elección de representantes locales
La elección de representantes debe realizarse a nivel de barrios, centros de trabajo y estudio, mediante procesos democráticos y transparentes. Los candidatos serían seleccionados por su comunidad en función de su integridad, capacidad de liderazgo y compromiso con el bien común. Este proceso puede incluir debates públicos y la presentación de propuestas concretas para resolver los problemas locales.
Asambleas ciudadanas
Las asambleas ciudadanas serían el pilar de la toma de decisiones en este sistema. Reuniones regulares permitirían a los ciudadanos discutir y decidir sobre asuntos locales, así como evaluar el desempeño de sus representantes. Estas asambleas no sólo fomentarían la participación activa, sino que también servirían como espacios para la educación cívica y la construcción de consenso.
Mecanismos de revocación
Un elemento crucial del control ciudadano es la posibilidad de revocar a los representantes que no cumplan con sus responsabilidades o traicionen la confianza de su comunidad. Este mecanismo debe ser accesible y ágil, permitiendo a los ciudadanos convocar votaciones de revocación cuando consideren necesario.
Plataformas digitales
El uso de tecnologías digitales puede potenciar la participación ciudadana y la transparencia. Plataformas en línea podrían facilitar la convocatoria de asambleas, la votación sobre asuntos locales y la comunicación entre representantes y ciudadanos. Estas herramientas deben ser diseñadas para ser inclusivas, asegurando el acceso de todos los miembros de la comunidad, independientemente de su nivel socioeconómico.
Educación cívica
Para que un sistema sin partido funcione de manera efectiva, es vital invertir en la educación cívica. Los ciudadanos deben estar bien informados sobre sus derechos y responsabilidades, así como sobre los mecanismos de participación disponibles. Programas de formación y campañas informativas pueden fortalecer la capacidad de los ciudadanos para participar activamente en la gobernanza de sus comunidades.
Coordinación intercomunitaria
Aunque el poder se distribuye a nivel local, es necesario establecer mecanismos de coordinación entre diferentes comunidades para abordar cuestiones de interés común y asegurar la coherencia en las políticas a nivel regional y nacional.
El sistema sin partido ofrece una oportunidad única para construir una democracia verdaderamente inclusiva y participativa. Al devolver el poder a las manos de los ciudadanos y productores, fomentando la participación directa en la gobernanza, este modelo puede superar muchas de las deficiencias asociadas con los sistemas partidistas tradicionales.
Beneficios potenciales
Empoderamiento ciudadano: Los ciudadanos se sienten más involucrados y responsables de las decisiones que afectan sus vidas, lo que puede aumentar el compromiso cívico y la cohesión social.
Transparencia y responsabilidad: La cercanía entre representantes y electores facilita una mayor transparencia y reduce las oportunidades de corrupción. Los representantes están directamente respondiendo a sus comunidades, lo que incrementa su responsabilidad.
Inclusión y diversidad: Al eliminar las barreras partidistas, se abre el espacio para una mayor diversidad de voces y perspectivas en el proceso de toma de decisiones. Esto puede llevar a soluciones más creativas y efectivas para los problemas sociales y económicos.
Desafíos y estrategias
Desarrollo institucional: Crear nuevas instituciones que faciliten la participación y coordinación a diferentes niveles es un desafío significativo. Es crucial diseñar estas instituciones de manera inclusiva y accesible.
Formación y Capacitación: Implementar programas de educación cívica que preparen a los ciudadanos para participar de manera efectiva en el nuevo sistema es fundamental. Esto incluye habilidades de liderazgo, negociación y resolución de conflictos.
Adaptación cultural: Cambiar la cultura política de un país no sucede de la noche a la mañana. Es necesario un esfuerzo sostenido para fomentar una cultura de participación y colaboración en lugar de competencia y división.
Conclusión
El sistema sin partido representa una propuesta innovadora en el debate sobre Cuba, para superar las limitaciones del unipartidismo y del multipartidismo. Basado en la representatividad y el control ciudadano desde los barrios y centros de trabajo, este modelo promueve una democracia directa y participativa, donde el poder reside verdaderamente en el pueblo. Aunque la implementación de este sistema presenta desafíos significativos, las oportunidades que ofrece para una democracia más auténtica y efectiva hacen que valga la pena explorar y desarrollar esta alternativa. En última instancia, el éxito de este modelo dependerá del compromiso y la participación activa de todos los ciudadanos cubanos en la construcción de su propio destino político.
Considero que, quien está llamado a establecer un sistema político apartidista en nuestra patria, debe ser el actual Partido Comunista de Cuba, el cual llevará a cabo su misión histórica de partido de nuevo tipo, socializando aún más la propiedad y destruyendo la caducas y actuales relaciones de producción y sobre sus bases establecer nuevas, es decir, crear las relaciones socialistas de producción para dar el salto al modo de producción comunista.
Notas:
El Partido Comunista de Cuba (PCC), partido único en Cuba, no es ni sujeto, ni objeto electoral.
El modelo apartidista de sistema político cubano, que propongo incluye algunas cuestiones que de hecho existen parcialmente en Cuba.
El objetivo de este artículo es completamente una opinión personal expuesta como propuesta de debate y análisis de este tema.
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