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Guerra cognitiva contra Cuba: la lucha invisible contra la identidad cubana

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Image by David Sánchez-Medina Calderón Pixabay

En el vasto espectro de la geopolítica contemporánea, las guerras ya no se libran exclusivamente en campos de batalla físicos. Una nueva frontera se ha abierto en el ámbito de la mente y la percepción, donde las potencias mundiales compiten por moldear las ideas y los valores de las poblaciones para sus propios fines. En el caso de Cuba, esta realidad se manifiesta de manera aguda, donde los Estados Unidos han desplegado una estrategia sofisticada de guerra cognitiva para erosionar la identidad nacional y subyugar la voluntad del pueblo cubano.

En el corazón de esta campaña se encuentra el intento deliberado de borrar la historia gloriosa de Cuba y suprimir la formación de su cultura nacional en la mente de los cubanos. La manipulación de la narrativa histórica tiene como objetivo despojar a los ciudadanos de su sentido de orgullo y pertenencia, sembrando la semilla de la desidia y la indiferencia hacia el pasado de la nación. Al distorsionar o eliminar eventos cruciales de la historia cubana, se crea una versión sesgada de la realidad que socava la cohesión nacional y fomenta la desconfianza hacia las instituciones establecidas.

Otra táctica empleada es la invasión del espacio simbólico, donde se promueve la formación mental de un "poder legítimo" ajeno a las estructuras de poder real. Esta estrategia busca deslegitimar las instituciones y valores arraigados en la sociedad cubana, erosionando la confianza en el sistema político y fomentando la apatía cívica. Al desviar la lealtad y la identificación del pueblo cubano hacia entidades externas, se perpetúa un estado de desapego y alienación que mina la cohesión social.

La desideologización es otra arma utilizada en esta guerra invisible. Al promover una percepción banal de la realidad y desacreditar los ideales y principios que históricamente han guiado a Cuba, se debilita el compromiso cívico y se fomenta la apatía política. La imposición de una fe absoluta en las "fuerzas del mercado" y el capitalismo como la única vía hacia el progreso socava la soberanía económica y cultural de Cuba, perpetuando la dependencia y el desequilibrio social.

Frente a esta amenaza existencial, es imperativo que Cuba adopte medidas contundentes para contrarrestar esta política agresiva. La resistencia y la resiliencia cultural deben ser reforzadas a través de la promoción de la educación histórica y la preservación de la identidad nacional. Es crucial fortalecer las instituciones democráticas y promover la participación ciudadana activa para contrarrestar la alienación y la apatía, socializando aún más la democracia y democratizando al socialismo.

La diversificación de la economía y la promoción de modelos alternativos de desarrollo propio sin referencias en el extranjero y socialización de la propiedad en vez de su privatización pueden reducir la dependencia del mercado global y salvaguardar la autonomía económica.

Además, es esencial fomentar el pensamiento crítico y la conciencia colectiva para contrarrestar la manipulación y la desinformación. La promoción de un diálogo inclusivo y la tolerancia hacia la diversidad de opiniones pueden fortalecer la cohesión social y prevenir la polarización inducida desde el exterior. Más allá de la comunicación social, se debe ir al trabajo ideológico y de partido, que fomente el patriotismo y la comprensión de que la nación cubana, si pierde su identidad, correrá el mismo destino de aquellos, que hoy son considerados Estado Libre Asociado de EE. UU., es decir colonia norteamericana.

En última instancia, la defensa de la soberanía cultural y la identidad nacional requiere un compromiso firme y una movilización colectiva de todos los sectores de la sociedad cubana. Solo a través de la unidad y la solidaridad puede Cuba resistir y prevalecer frente a los embates de la guerra cognitiva, preservando así su legado histórico y asegurando un futuro digno para las generaciones venideras.

Además, es importante reconocer el papel de los cubanos emigrados y sus descendientes en esta lucha por preservar la identidad nacional cubana. Muchos de ellos han sido enajenados por las narrativas imperantes que distorsionan la realidad cubana y promueven una visión fragmentada y descontextualizada de su país de origen.

Para aglutinar a esta diáspora en torno a la identidad nacional cubana, es crucial promover un diálogo inclusivo y constructivo que reconozca y valore sus experiencias y contribuciones. Facilitar el acceso a la educación y la cultura cubana, así como crear espacios de encuentro y colaboración, puede ayudar a reconectar a los cubanos emigrados con su herencia cultural y fortalecer el sentido de pertenencia a la nación.

Además, es fundamental lograr la movilización práctica de los mismos en defensa de los intereses patrios y de la población cubana, sobre la base del respeto a que las decisiones de los cubanos dentro de la Isla prevalecen sobre los intereses sectarios de algunos emigrantes que desean imponer exigencias políticas en concordancia con los intereses de los enemigos de la nación.

Buscar puntos de encuentro y entendimiento que permitan avanzar hacia un futuro común, pero sin caer en el falaz concepto de supuesta "reconciliación", que en el fondo es una expresión más de esta guerra cognitiva, que tiene como fin la capitulación de Cuba a través del abandono de sus propios valores.

En última instancia, la inclusión y la unidad de todos los cubanos, tanto dentro como fuera de la isla, son fundamentales para resistir los embates de la guerra cognitiva para preservar la identidad nacional cubana para las generaciones futuras. Pero cuando decimos todos, de ellos se autoexcluyen aquellos que trabajan en función de los enemigos patrios. Unicamente deben ser excluidos de nuestro proyecto nacional e identidad cubana, "de todos y para el bien de todos", aquellos que se autoexcluyan por acción u omisión.

Con esos no podemos entendernos. 

 

Notas:

 
El de guerra cognitiva - es un concepto distinto al de guerra ideológica, al de guerra de la información y al de operaciones psicológicas en la guerra. No consiste en posicionar marcos de interpretación de la realidad. Tampoco en que grandes poblaciones se vean influidas por una información, cierta o no. Tampoco se trata de debilitar moralmente al adversario con sus contradicciones. Se trata de aprovechar que cada vez hay más personas conectadas a la internet de modo permanente, desde sus teléfonos móviles, relojes, televisores, neveras, lavadoras, etc., para incidir en sus mecanismos de procesamiento de información, en su capacidad de pensar, de tener juicio y atención, y así minar la unidad nacional.
 

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