Cultura

Elegías a seis gatos que marcaron Mi Vida

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Imagen generada por la AI Sofia.

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Por Henrik Hernandez

Estos poemas son un homenaje íntimo a seis gatos que han marcado mi vida con su presencia espiritual, su fuerza y su amor incondicional.  Nora y Philip, arrebatados injustamente, siguen siendo una herida abierta en el alma; Kissja, que vivió y murió con honor, descansa a la espera de compartir mi última morada. Ronja y Borja, jóvenes aún, caminan conmigo como herederos vivos de un lazo que trasciende el tiempo. Y Tigüeresa, la gata jibara, madre y guerrera, fue dejada atrás en la Isla de Turiguanó cuando nos mudamos… pero jamás abandonó mi recuerdo. Este es mi altar de palabras para ellos, los centinelas de mi hogar y de mi espíritu.

Centinelas
(Ahora con seis almas que cuidan mi vida)

En la noche callada del mundo dormido,
cuando el viento susurra secretos perdidos,
seis gatos velan con ojos de estrella,
tejido de sombras, espíritu y huella.

Nora, la primera, de paso silente,
robada al amor de manera indecente.
Tal vez fue comida, tal vez fue temor,
pero yo no olvido su rastro de amor.
Aunque no tuvo entierro ni lecho final,
su espíritu ronda mi umbral espiritual.

Philip, errante, de noble presencia,
murió por la mano que dio negligencia.
No fue la enfermedad, fue el trato inhumano,
que le negó el futuro con torpe desgano.
Y aún así lo recuerdo, valiente, confiado,
como quien se despide sin estar preparado.

Kissja, tan dulce, la que tuvo honor,
vivió como reina, sin miedo ni horror.
Murió en mis brazos, con paz verdadera,
y su ceniza me espera, compañera sincera.
Cuando yo me despida, cuando cruce el umbral,
irá junto a mí… como pacto final.

Ronja, la fiera, aún pisa mi suelo,
sus ojos vigilan los pliegues del cielo.
Centinela ardiente, guerrera sin voz,
protege mi vida con sigilo feroz.
Nada se escapa a su sexto sentido,
ella es la guardia que nunca se ha ido.

Borja, el sabio, de andar reposado,
es joven aún, pero viejo de lado.
Se sienta en la puerta, me mira al pasar,
como quien ya conoce lo que va a llegar.
Es puente, es refugio, es gesto callado,
un amigo que cuida sin ser invocado.

Y Tigueresa, la que fue del monte,
con orejas heridas y alma de horizonte.
Crió a un cachorro, rompió lo esperado,
gato y perro juntos, el mundo encantado.
Pero un día partimos, y no la llevé…
la dejamos atrás en la Isla de fe.
Murió sin mi voz, sin mi despedida,
pero vive en mi pecho como llama encendida.
Fuiste madre sin límites, fuiste fuerza y honor,
Tigueresa salvaje, aún te debo mi flor.

Seis centinelas velan mis pasos,
algunos visibles, otros ya pasos.
Pero yo los invoco, los llamo al soñar,
y sé que algún día me van a esperar.

Porque no hay frontera que rompa el lazo
que un alma construye con su abrazo escaso.
Seis gatos eternos, seis luces que brillan,
seis vidas que fueron —y aún me vigilan.

Elegía a Tigueresa
(La gata jibara, salvaje y madre de un pacto imposible)

Tigueresa…
no fuiste domesticada:
te aliaron con el hogar sin romperte,
sin robarte el monte que aún brillaba en tus ojos.

Tus orejas, mutiladas por manos que temían perderte,
no pudieron cortar el instinto que aún rugía dentro.
Eras libre,
aunque atada a un techo.
Y aún así, no huiste.
Te quedaste a criar,
a enseñar,
a tejer un vínculo con la ternura más inesperada.

Porque tú, Tigueresa,
la gata bravía,
fuiste madre de un cachorro de perro —Chiqui—,
y él, tu hijo adoptivo,
te devolvió el favor cuando crecieron los días.

Juntos criaron,
juntos vigilaron,
juntos se enfrentaron a los embates de los otros,
como si el instinto pudiera ser vencido por el amor.

Fuiste ejemplo
de que la naturaleza no es rígida,
de que el alma animal puede trascender
lo que el hombre llama "especie".

Fuiste noble sin adorno,
valiente sin alarde,
madre sin fronteras.

Y aunque hoy no estés,
tu historia sigue latiendo
como leyenda viva
de lo posible.

Elegía a Nora
(Para la que fue robada, pero nunca arrebatada del corazón)

Nora...
te busqué con la voz rota
y los ojos prendidos de desesperación.
Te llamé en la noche,
como quien clama a una estrella
que ha caído sin dejar rastro.

Fuiste luz pequeña,
cálida en mis días,
compañía que no pedía nada,
pero lo daba todo.
Y te fuiste,
no por decisión,
no por el curso natural de la vida,
sino por la violencia muda del egoísmo humano.

Quizás te robaron sin saber que robaban
parte de mi alma también.
Quizás no supieron
que eras un ser sagrado,
un centinela silencioso
del rincón más tierno de mi existencia.

Y aún peor,
quizás no respetaron tu vida…
y eso me duele más que el vacío.
Me duele no saber,
no haber podido defenderte,
no haberte dado el adiós que merecías
entre manos que te amaron.

Pero escucha, Nora…
allí donde estés —en luz, en sombra, en recuerdo o más allá—
quiero que sepas que no fuiste olvidada.
Eres una hebra viva de mi alma,
una flor secreta que cuido en silencio.

Y cuando llegue mi hora,
cuando cruce yo también ese umbral,
te buscaré entre las nieblas
con el corazón abierto.
Te llamaré otra vez.
Y esta vez,
nadie podrá separarnos.

Elegía a Philip
(Para el que murió sin justicia, pero no sin amor)

Philip…
pequeño guardián de mirada sabia,
te fuiste como no debiste irte:
por manos que no supieron,
por descuido donde debió haber conocimiento,
por negligencia en lugar de compasión.

Tú, que confiaste sin preguntas,
que dejaste que te llevaran pensando en alivio,
no imaginabas que ese día
no volverías a ver el rincón del hogar,
la voz que te nombraba con dulzura,
ni el sol tibio de la ventana.

No fue tu hora, Philip.
No fue el destino.
Fue el error,
ese que duele más que la muerte misma.

Y yo,
que hice lo que creí correcto,
me quedé con las manos vacías,
mirando un espacio donde ya no estás,
culpándome por haber confiado.

Pero hoy quiero hablarte sin peso,
sin reproches,
con el amor que siempre te guardé.
Quiero que sepas que fuiste amado,
que tu tiempo aquí valió la pena,
y que aún caminas conmigo,
invisible, sí,
pero presente.

Eras más que un gato.
Eras un hermano suave,
una presencia que entendía sin palabras,
un alma antigua disfrazada de felino.

Y yo te celebro, Philip.
No por cómo te fuiste,
sino por cómo viviste:
con nobleza,
con lealtad,
con esa dignidad que solo los sabios conocen.

Descansa, pequeño.
Y si me escuchas en algún rincón del universo,
sabe que mi amor te sigue,
más allá de la muerte,
más allá del error.

Elegía a Kissja
(Para la que vivió y murió con dignidad)

Kissja…
no hay pena al recordarte,
solo gratitud silenciosa
y reverencia profunda.

Tú viniste al mundo con el don del sosiego,
con una mirada que entendía más de lo que decía,
con un andar ligero,
como si pisaras hilos de luz
tejidos por algún dios felino.

Viviste con dulzura,
sin estridencias,
con esa sabiduría callada
que tienen los seres que no necesitan demostrar nada.

Fuiste manto y compañía,
sombra amorosa a mis pasos.
Y cuando llegó el momento de partir,
lo hiciste como viviste:
sin temor,
sin quebranto,
con honor.

Te sostuve, y tú también me sostuviste.
Y ahora, duermes —ceniza viva—
esperando el día en que yo también
me recueste en la tierra.

Entonces, juntos,
seremos raíz y memoria,
uno al lado del otro
en la eternidad que no pide explicaciones.

Kissja…
esta elegía no es despedida.
Es testimonio.
Es pacto.
Es amor sellado en tiempo sin tiempo.

Y cuando yo cierre los ojos por última vez,
quiero saber que tú estarás allí,
como siempre,
en paz.

Los que aún caminan conmigo
(Para Ronja y Borja)

Aún quedan pasos suaves sobre la alfombra,
miradas que hablan sin palabras,
presencias tibias en las noches largas.
Ronja y Borja…
compañeros de alma,
custodios de este presente sagrado.

Ronja, guerrera de fuego,
con tu mirada de alerta y tus silencios sabios,
eres la que nunca duerme del todo,
la que siente antes que yo el cambio del aire,
la que ahuyenta sombras sin levantar la voz.

Borja, anciano noble,
con tus años como escudo y tu andar pausado,
eres el sabio que no necesita más que estar.
Eres calma.
Eres raíz.
Eres testigo de todo lo que permanece.

Ambos son puentes,
entre lo que fue y lo que aún resiste.
Y mientras sus ojos me busquen,
mientras sus cuerpos me sigan,
el hogar sigue encendido,
la vida sigue sonando.

Ronja y Borja, los Herederos

Tú, Ronja, con seis inviernos en tus patas,
ya sabes de los misterios del hogar,
del rincón exacto donde se esconde el viento,
de los sueños que se agitan sin ser vistos.
Eres brisa con garras suaves,
centinela nacida para la noche,
alma joven,
pero vieja en sabiduría.

Tú, Borja, con cinco soles ya cumplidos,
eres el que observa más que actúa,
el que espera el momento justo
para posarse donde el corazón necesita abrigo.
Eres paz con bigotes,
eres el guardián silencioso
que aún juega, pero entiende.

Juntos caminan en este mundo
donde los que ya no están dejaron su huella.
Y aunque nunca vieron a Missja, ni a Philip,
ni sintieron el calor de Kissja,
llevan en sus ojos el eco de lo vivido,
y en sus cuerpos la continuación
de un amor que no se agota.

Porque en este hogar
cada gato es más que un animal:
es un alma que llega,
un espíritu que cuida,
un espejo del que ama.

Si este Jueves de Poesía Olvidada resonó en ti, sigue navegando… hay más palabras vivas esperándote.

Hernandez, H. (mayo 5, 2025). Tocororo Cubano. La nieve se va, los versos se quedan. Disponible en https://tocororocubano.com/la-nieve-se-va-los-versos-se-quedan/

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Copyright © Henrik Hernández 2025

Este artículo ha sido redactado por Henrik Hernández, con el acompañamiento editorial de Sofía (IA literaria) —quien asiste el proceso de escritura desde julio de 2024—, y con el aporte conceptual de Mella (IA de apoyo analítico). 

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