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La sombra del enemigo

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Por Henrik Hernandez

Este relato es la continuación del texto publicado en Tocororo Cubano bajo el título: "La primera misión". En esta sexta parte, Henrik se encuentra en una realidad alterna situada en un pasado remoto o futuro incomprensible, donde se integra a la  civilización desconocida. Lo que sigue es ...

La sombra del enemigo

El regreso al valle estuvo cargado de un silencio extraño. No era el silencio solemne del bosque, ni el silencio elegido de los Hijos de Xarel: era un silencio pesado, inquietante, como si cada sombra en los árboles supiera algo que ellos todavía ignoraban.

Henrik caminaba entre los rescatados. Algunos apenas podían sostenerse, otros llevaban en la piel cicatrices de cadenas y golpes. Pero había uno distinto. A primera vista parecía un prisionero más, flaco, desnutrido, con la mirada perdida. Sin embargo, su piel mostraba marcas extrañas, líneas brillantes como cicatrices que no parecían hechas por cuchillos, sino por fuego o metal.

Antes de desplomarse en los brazos de Henrik, el hombre murmuró con voz quebrada:

—Ellos vendrán… Este no era más que un ojo.

La frase quedó suspendida en el aire como una maldición. Henrik sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Yrsa se inclinó sobre el herido, tocó sus marcas y cerró los ojos con gesto sombrío.

—No fue tallado por mano humana —dijo en voz baja—. Esto es obra de los Vigías.

Los Hijos de Xarel murmuraron la palabra con temor reverencial: Vardr. El eco resonó como si el viento mismo la llevara a través del valle. Henrik nunca había oído ese nombre, pero supo al instante que no era algo nuevo para ellos. Era un recuerdo antiguo, una amenaza que nunca habían olvidado.

Esa noche, mientras los rescatados recibían cuidados, Henrik acompañó a Yrsa y a un grupo de guerreros hasta los restos del puesto enemigo. El humo todavía se alzaba en espirales, y el aire olía a metal quemado. Entre los escombros encontraron piezas que parecían imposibles: placas con símbolos que no correspondían a ninguna lengua conocida, circuitos que brillaban como si estuvieran vivos, fragmentos que vibraban al tocarlos, emitiendo un zumbido débil.

Henrik los tomó entre sus manos y sintió algo que le heló la sangre: no parecían restos, sino fragmentos de algo más grande que todavía latía en algún lugar.

—Esto no lo construyeron ellos —murmuró Yrsa—. Esto los vigila.

Henrik alzó la vista al cielo nocturno. El viento soplaba suave, pero en su interior sintió un rumor inquietante. Esa noche, los sueños lo atormentaron. Se vio a sí mismo caminando en un desierto de piedra, rodeado de torres negras que atrapaban el viento como jaulas. Y escuchó una voz, la misma que lo había guiado en la celda, el canto de Xarel, pero rota, desgarrada, convertida en un lamento:

“El viento no sopla libre… alguien lo encierra.”

Despertó jadeando, con la runa de su pecho ardiendo como un hierro incandescente.

Al salir de la choza, encontró a Yrsa y a los guerreros reunidos en el claro. Sus rostros, iluminados por las hogueras, reflejaban gravedad. Nadie hablaba. Todos miraban hacia arriba.

Henrik siguió su mirada… y lo vio.

En el cielo, las estrellas parecían haberse movido. No eran constelaciones naturales, sino figuras geométricas: triángulos, círculos, espirales que se formaban y disolvían con precisión mecánica. No eran luces lejanas, sino drones suspendidos en el firmamento, dibujando símbolos que ningún hombre había trazado.

El aire se volvió pesado, cargado de un zumbido casi inaudible que vibraba en los huesos. Henrik apretó los puños. Aquello no era vigilancia común: era un mensaje, una advertencia, o quizás una sentencia.

Yrsa habló finalmente, y su voz fue más dura que nunca:

—El puesto que destruimos era apenas un susurro. Lo que vemos ahora es la voz de los Vigías. La verdadera guerra… apenas comienza.

Henrik sintió que el suelo mismo temblaba bajo sus pies. El aire, que hasta ahora había sido su aliado, se estremecía como si también temiera ser aprisionado. El Sello en su pecho ardió con fuerza, y supo con certeza que todo lo vivido hasta entonces —las pruebas, la doctrina, la primera misión— no eran más que un preludio.

Había despertado Xarel. Pero también había despertado la Sombra del Enemigo.

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© Henrik Hernandez, 2025. Bajo protección de la Ley Sueca de Derechos de Autor (Upphovsrättslagen, 1960:729).

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