Cultura

Vigilancia y oscuridad

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Bajo el manto de la noche, Henrik abordó el ómnibus Yutong en La Habana con destino a Bayamo. Aquellos autobuses chinos, conocidos por su incomodidad, son lo más común para los viajes largos en Cuba. A medida que avanzaban, el calor en el interior del vehículo se volvía sofocante. Los pasajeros, casi encajonados en los estrechos asientos, sentían que sus rodillas iban a explotar por la presión. Las ventanas que no permiten la circulación de aire, y el traqueteo del vehículo sobre la carretera en mal estado, hacían que el sueño fuera una tarea imposible.

El ómnibus avanzaba con lentitud por la 8 vía, una carretera otrora moderna, pero ahora deteriorada por el paso del tiempo y la falta de mantenimiento. Los baches y grietas obligaban al conductor a reducir la velocidad a no más de 80 km/h. Cada impacto con el pavimento roto hacía que el vehículo saltara, y los pasajeros eran sacudidos de un lado a otro, como si estuvieran a bordo de un carruaje tirado por caballos en una carretera rural.

Horas después, la parada en la terminal de ómnibus de Santa Clara era una pausa obligada en el trayecto. Henrik, agotado y necesitando estirar las piernas, decidió dirigirse a los baños. Sin embargo, al bajar del ómnibus, un escalofrío recorrió su cuerpo. Al levantar la vista, divisó a los dos hombres que había encontrado en el lobby del hotel Copacabana. Estaban allí, en medio de la multitud, pero era evidente que lo estaban observando.

Henrik, manteniendo la calma, desistió de su intención de ir a los baños. No iba a darles una oportunidad de acercarse. Con un cambio repentino de dirección, se dirigió al interior de la terminal y caminó hacia un pequeño quiosco que vendía refrescos y chucherías. Desde ese lugar, aprovechó para observar con discreción la situación. Los hombres permanecían a distancia, sin moverse de su sitio, pero sus ojos seguían fijos en él. Tras unos minutos, decidió regresar al ómnibus, evitando cualquier confrontación innecesaria.

El viaje continuó en la penumbra, el vaivén del ómnibus acompañaba el pensamiento de Henrik, quien se mantenía alerta. Al llegar a la terminal de ómnibus de Sancti Spíritus, decidió no bajar del vehículo. Prefería observar el entorno desde su asiento, sin exponerse más de lo necesario, sabiendo que los dos hombres aún podrían estar siguiéndolo.

Cuando finalmente llegaron a Ciego de Ávila, el cansancio y la presión en su vejiga eran insoportables. Esta vez, la necesidad de evacuar era más fuerte que su cautela. Sin embargo, no se arriesgaría a usar los baños públicos, donde podría encontrarse nuevamente con esos hombres. Decidido, Henrik se bajó del ómnibus, rodeó el vehículo y encontró un lugar discreto detrás del mismo, donde pudo orinar sin ser visto. La noche cubría sus movimientos, y regresó al interior del ómnibus sintiendo que había burlado nuevamente a sus observadores.

Luego, en las paradas de Camagüey y Holguín, Henrik siguió el mismo patrón que en Santic Spiritus. Se mantuvo dentro del ómnibus, evitando cualquier interacción innecesaria, optando por la seguridad del anonimato en medio del cansancio de un viaje que parecía interminable.

Al fin el añorado destino, Bayamo. Al llegar a la terminal de ómnibus, el ambiente era diferente. Lo esperaban sus sobrinos, Mandy y Frank, junto con su hermana Leo. Tras los abrazos y saludos, Henrik decidió relajarse un poco. Juntos recorrieron la ciudad desde la terminal de ómnibus de Bayamo hasta el Reparto Rosa La Bayamesa, en bicitaxis, esos vehículos que, a pesar de su simpleza, les ofrecían una manera tranquila de viajar por la histórica Bayamo.

Al llegar al barrio, se sintió como en casa, cuando fue recibido por los entrañables vecinos de Leo, Justa, Lania, y el "brujo", quienes lo esperaban con una mesa criolla servida con carne de pollo, arroz, potaje de frijoles negros y yuca.

Justa y Lania, madre e hija, son dos vecinas muy queridas de la familia de Leo. Justa, una mujer mayor y llena de sabidría, siempre es un pilar en la comunidad, conocida por su bondad y su disposición a ayudar a quien lo necesite. Su hija, Lania, ha heredado esa misma calidez. Juntas forman un equipo inseparable, compartiendo la vida diaria con una relación muy cercana, basada en el respeto mutuo y el cariño. Lania, joven y enérgica, a menudo colabora con su madre en los quehaceres del barrio, y siempre están listas para acoger a Henrik y a su familia con una sonrisa y una palabra amable. Para Henrik, ellas no son simples vecinas, sino parte esencial de ese cálido ambiente familiar que lo hace sentir como en casa cada vez que regresa a Bayamo.

El 'brujo', como cariñosamente lo llamaba Henrik, es un vecino entrañable de la familia. Ferviente adepto de una religión afrocubana, su conexión con lo espiritual lo hace una figura respetada y misteriosa en la comunidad. A pesar de su devoción a las creencias ancestrales, es una persona afable, siempre con una sonrisa y dispuesto a brindar su ayuda a quien lo necesitara. Con el paso del tiempo, había construido una amistad inquebrantable con Henrik y su familia, convirtiéndose en un amigo para toda la vida. Su sabiduría, tanto en lo espiritual como en lo cotidiano, lo hace un pilar en las reuniones y alguien a quien se podía recurrir en cualquier circunstancia.

Por supuesto, no podía faltar el amigo Alcibiades, un hombre que había trabajado en BANDEC durante años, conocido por su carácter afable y siempre dispuesto a compartir una buena conversación. Era alguien respetado en la comunidad por su conocimiento financiero, pero, más allá de su trabajo, era un amigo leal, de esos que siempre están presentes en los momentos importantes. En las reuniones familiares, Alcibiades solía contar anécdotas de cosas pasadas y su experiencia en el banco, mezclando su sentido del humor con la seriedad de su profesión, lo que lo hacía un compañero imprescindible en cualquier mesa compartida.

Al día siguiente, Henrik los invitó a una cremería para disfrutar de un helado en el corazón de la ciudad. El parque Céspedes se alzaba imponente con sus monumentos a Carlos Manuel de Céspedes, el Padre de la Patria, y Perucho Figueredo, creador del Himno Nacional. A su alrededor, el bullicio cotidiano se desplegaba en las calles que bordeaban el parque: la casa natal de Céspedes, ahora museo; el Café Serrano; el Hotel Royalton y la Catedral del Santísimo Salvador de Bayamo, no muy lejos del lugar. La historia cubana parecía estar presente en cada rincón de ese lugar.

Todo parecía tranquilo hasta que, de repente, los dos hombres aparecieron nuevamente. Esta vez, se sentaron en una mesa cercana, manteniendo el contacto visual constante con Henrik. Aunque la situación era tensa, Henrik no dejó que el miedo lo dominara. Con la experiencia de alguien que ha visto mucho en la vida, supo que la confrontación no era la solución. Le pidió a Mandy que se alejara discretamente y llamara a Larisa, su exesposa y agente policial en la ciudad.

Minutos después, cuatro policías entraron en la cremería y, siguiendo una señal de Mandy, se dirigieron directamente a los hombres. La sorpresa en sus rostros era evidente. Intentaron defenderse, mostrando pasaportes panameños, pero los agentes, con eficiencia, encontraron motivos suficientes para llevárselos a la estación de policía para interrogarlos.

Henrik, ahora más tranquilo, observaba con atención cómo los policías escoltaban a los hombres fuera de la cremería. A medida que se los llevaban, sus expresiones cambiaban de la incredulidad al desconcierto. Intentaban mantenerse firmes, pero la sorpresa de ser descubiertos tan rápidamente era evidente en sus rostros. Mientras se alejaban, Henrik se permitió respirar con más calma. Sabía que, al menos por el momento, el peligro había pasado, pero una parte de él seguía alerta, consciente de que esto tal vez no era el fin, sino un giro inesperado en una trama aún por desarrollarse.

Con la ciudad de Bayamo sumida en la oscuridad por un prolongado apagón, Henrik caminaba por las calles tranquilas, el calor húmedo de la noche le recordaba que era hora de descansar. Se dirigía hacia la casa de Leo, convencido de que las sombras de aquel día habían quedado atrás.

Sin embargo, el destino le deparaba una sorpresa. Justo cuando estaba a punto de entrar, algo llamó su atención. Desde detrás de una tapia en un pasillo colindante, la silueta de alguien lo observaba. Su corazón dio un vuelco. La figura estaba inmóvil, pero la sensación de ser vigilado lo invadió de nuevo, más fuerte que nunca.

Henrik no dudó. Corrió con todas sus fuerzas hacia la figura, decidido a confrontar al intruso de una vez por todas. Pero en la penumbra de la noche, lo único que logró fue divisar una sombra escurridiza que, con agilidad, doblaba rápidamente una esquina. El perseguido se desvaneció en la negrura de la ciudad apagada.

Con la respiración agitada, Henrik se detuvo. Aunque no había logrado atrapar a quien lo espiaba, sabía que esa figura no era una coincidencia. El misterio de los dos hombres aún no estaba resuelto y ahora esto.  A medida que volvía sobre sus pasos, una inquietud crecía en su interior. Aquella sombra que se desvaneció en la oscuridad no era el final, sino el presagio de algo mucho más grande, algo que apenas comenzaba a revelarse.

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Esperamos que este relato haya despertado su curiosidad y lo haya llevado a explorar más allá de lo evidente. Siga con nosotros para descubrir más historias donde lo real y lo desconocido se encuentran.

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