La primera misión
por Henrik Hernandezpublicado en
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Por Henrik Hernandez
Este relato es la continuación del texto publicado en Tocororo Cubano bajo el título: "Los hijos invisibles". En esta quinta parte, Henrik se encuentra en una realidad alterna situada en un pasado remoto o futuro incomprensible, donde se integra a la civilización desconocida. Lo que sigue es el registro que, según se ha interpretado.
La primera misión
La noche había caído sobre el valle, pero Henrik no podía dormir. Se había acostado sobre un lecho de hojas frescas, bajo un cielo tachonado de estrellas que parecían observarlo con un silencio solemne. La runa en su pecho ardía con un calor suave, como si el aire mismo le recordara que estaba vivo, despierto, vigilado.
Cuando el alba apenas insinuaba su primer resplandor, Yrsa entró en la choza donde reposaba. Sus ojos de tormenta brillaban con una luz implacable.
—Ha llegado el momento. El aire quiere que camines más allá del valle.
Henrik se incorporó de golpe, el corazón desbocado. Su primera misión. Sintió una mezcla de orgullo y miedo, como un niño que pisa por primera vez el campo de batalla de los hombres.
El encargo
Yrsa desplegó sobre una mesa de madera un mapa tallado en cuero. Señaló con un dedo firme una zona marcada con símbolos oscuros.
—Los drones que viste no eran errantes. Vigilan para una máquina mayor, un puesto avanzado del enemigo. Allí mantienen cautivos a varios de los nuestros. Si no los liberamos, serán sacrificados al amanecer.
Henrik tragó saliva. El aire en la choza se volvió denso, como si compartiera la gravedad del anuncio.
—¿Y qué debo hacer yo? —preguntó con voz entrecortada.
Yrsa lo miró fijo, con una intensidad que lo atravesó como un rayo.
—Caminarás con nosotros, pero no como espectador. Hoy probarás si el Silencio, el Flujo y la Resonancia que aprendiste son carne en ti… o simples palabras.
La marcha
Los Hijos de Xarel se deslizaron entre la espesura con la suavidad de un viento nocturno. Henrik los seguía, sintiendo cada rama, cada piedra, cada sombra. El Silencio aprendido resonaba en su interior: no era la ausencia de sonido, era la unión con el bosque. El crujido de una hoja bajo su pie le pareció un grito, y aprendió a moverse como sombra entre sombras.
Al acercarse al campamento enemigo, vio las luces metálicas destellando en la oscuridad. Torres de vigilancia, drones anclados, guardias mecánicos. El contraste era brutal: el bosque respiraba, ellos zumbaban. Lo vivo contra lo muerto.
El asalto
Yrsa levantó la mano. Los guerreros se detuvieron. Henrik sintió que el aire se tensaba como un arco antes de soltar la flecha.
Un guardia mecánico patrullaba cerca. Yrsa lo señaló y luego a Henrik. La prueba era clara.
El corazón de Henrik martillaba como un tambor. Recordó las enseñanzas: Silencio. Flujo. Resonancia. Respiró hondo. Sintió el aire en sus pulmones y en la cámara de su arma. Un mismo aliento.
Se deslizó entre los arbustos, moviéndose como el agua del río. Cuando tuvo al guardia a tiro, apretó el gatillo.
Un murmullo seco. El proyectil invisible atravesó el casco metálico. El guardia cayó sin un ruido.
Henrik cerró los ojos un instante. El aire había disparado con él.
El rescate
Los Hijos irrumpieron como un vendaval invisible. Los proyectiles neumáticos derribaban drones y torres sin llamarada ni estruendo, solo con el susurro de un viento mortal. Henrik siguió sus pasos, cada disparo era una respiración, cada movimiento una corriente.
Llegaron a la celda de piedra donde los cautivos estaban encadenados. Henrik fue el primero en entrar. Al ver sus rostros demacrados, algo ardió en su interior. No eran guerreros anónimos: eran la razón de estar allí, la vida por encima del poder.
Con un cuchillo rúnico, rompió las cadenas. Los prisioneros lo miraron como si vieran al mismo Xarel hecho carne.
Epílogo de la misión
El grupo huyó de regreso al valle, fundiéndose con la noche. Detrás, el puesto enemigo ardía en un silencio inquietante: los Hijos no habían dejado rastro de fuego, pero sí un vacío que pesaba como un presagio.
Henrik caminaba al frente con los rescatados. La runa en su pecho brillaba más fuerte que nunca, y aunque sus manos aún temblaban, una certeza lo llenaba: había cumplido, había luchado, había salvado.
Yrsa lo miró desde la penumbra y asintió, orgullosa.
—El aire ya no canta en ti… ahora canta contigo.
Henrik alzó los ojos al cielo estrellado y supo que ese era apenas el comienzo.
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