Cultura

Un fantasma del pasado

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Henrik se encontraba sentado en la cocina de la casa de su hermana en Bayamo, Cuba. Había decidido tomarse un momento para reflexionar sobre los eventos recientes y algunos recuerdos que, pese a la distancia en el tiempo y el espacio, no dejaban de inquietarlo. Su mirada se perdió en el cielo despejado, de un azul vibrante que solo podía ser cubano. Inspiró profundamente, como si el aire cálido del Caribe pudiera aclarar sus pensamientos.

Un fantasma del pasado había resurgido en el presente, trayendo consigo no solo preguntas, sino también la posibilidad de un enfrentamiento inevitable con su propia historia.

Se levantó, caminó hacia la ventana y, tras un momento, llamó a su hermana, invitándola a visitar a unos amigos. Luego, marchó a su habitación. Allí, tras una ducha revitalizante, se vistió con ropa fresca. Momentos después, ambos salieron y abordaron un bicitaxi. El viento golpeaba su rostro mientras avanzaban, y Henrik observaba con atención los paisajes y las calles que pasaban. Sin embargo, su mente comenzó a deslizarse hacia otro tiempo, otro lugar. Recuerdos de Suecia emergieron, conectados con una figura que había aparecido en su vida de manera tan inesperada como inquietante.

Todo había comenzado meses atrás, cuando aún estaba en Suecia. Un día, Henrik notó que una persona llamada María le había dado "me gusta" a varios de sus comentarios y publicaciones en Facebook. Al poco tiempo, ella lo contactó a través de Messenger. Las primeras conversaciones fueron superficiales, casi triviales. Después, le envió una solicitud de amistad que Henrik aceptó sin mayor preocupación.

Cinco meses después, María volvió a escribirle. El mensaje era curioso:

"Henrik, tengo una amiga que me ha pedido que te diga que desea contactarte por teléfono. A mí no me gusta esta idea, pero ella insistió, así que te lo transmito. Si quieres, puedes responderle a través de mí."

Henrik, sin detectar nada inusual, respondió con amabilidad y le facilitó su número de teléfono. Al día siguiente, mientras trabajaba, recibió una llamada desde un número estadounidense. Contestó, y una voz femenina, suave y pausada, se presentó como Elena.

—Hola, ¿es Henrik? Mi nombre es Elena. Soy amiga de María. Espero no molestarte, pero tenía muchas ganas de hablar contigo.

La conversación fluyó con cortesía. Al principio, Elena mostró interés en los escritos y artículos que Henrik había publicado en El Guardián y Ungido de los Misterios. Le pidió autorización para utilizarlos, con la condición de darles el crédito correspondiente. Henrik accedió sin reparos.

Sin embargo, las llamadas se volvieron frecuentes. Durante los días siguientes, Elena le narró detalles de su presunta vida. Le confesó que, junto a su esposo, había sido diplomática cubana en Alemania. Sus palabras estaban cargadas de resentimiento, sobre todo al mencionar que había perdido una casa en Cuba, según ella, debido a Eusebio Leal, el historiador de La Habana. En un momento, Elena admitió que su verdadero nombre no era Elena, sino Yadira, y que el nombre que había utilizado era el de su hija. Luego, le pidió a Henrik que no mencionara nada de esto a nadie.

—Sabes, hay que ser muy discreto —dijo Yadira, con un tono que sonaba más a advertencia que a sugerencia.

En una de sus conversaciones, Yadira dedicó un buen rato a hablar sobre su estilo de vida. Con un tono que oscilaba entre la nostalgia y la presunción, mencionó que siempre se había esforzado por vestir con elegancia, incluso en circunstancias adversas. Aseguraba que prefería tejidos naturales como el lino y el algodón, que consideraba símbolos de autenticidad y buen gusto. “No soporto los sintéticos, Henrik,” comentó en un momento. “La ropa debe ser un reflejo de la persona, y yo siempre he sido fiel a lo natural. Es una forma de mostrar respeto, primero hacia mí misma y luego hacia los demás.” Mientras hablaba, Henrik no pudo evitar notar cómo el discurso se entremezclaba con una sutil autocomplacencia, como si los detalles de su vestimenta fueran una extensión de la imagen que buscaba proyectar: sofisticada, segura y, sobre todo, en control.

En el transcurso de las conversaciones, Yadira comentó que vivía cerca de un lugar en las cercanías de Boca de Ratón, un sitio cuyo nombre extraño capturó la atención de Henrik, pero que no ha podido recordar. Describió el área como un lugar casi aislado, pero rico en vida silvestre. Habló extensamente sobre los animales del lugar, centrándose especialmente en las iguanas, que describió como una plaga.

—Es increíble, Henrik —dijo en una de sus llamadas—. Las iguanas están por todas partes. Son una plaga, destruyen todo, hasta los jardines. Es como si fueran dueñas del lugar.

Henrik, siempre reflexivo, comentó:

—Eso suele pasar cuando el hombre invade los territorios de los animales.

El tono de las conversaciones cambió radicalmente cuando Yadira comenzó a descargar duras críticas contra el gobierno cubano y el presidente Díaz-Canel, a quienes acusaba de llevar al país hacia el capitalismo. Fue entonces cuando le habló de un movimiento que lideraba, llamado Los Descamizados, al que describió como un grupo de revolucionarios cuya misión era impedir ese supuesto giro político.

Henrik, con su habitual prudencia, decidió escuchar sin interrumpir. Aunque cada palabra encendía en él una alarma, no quiso romper el diálogo de forma abrupta. Prefirió ganar tiempo para reflexionar sobre la mejor forma de actuar.

Yadira continuo en un tono que mezclaba orgullo y misterio, revelando detalles sobre Los Descamizados. Según ella, el movimiento no solo existía dentro de Cuba, sino que también tenía ramificaciones en el exterior, donde simpatizantes operaban con un objetivo común: oponerse al supuesto avance del capitalismo en la isla. Lo más desconcertante era su afirmación de que algunos miembros del grupo eran funcionarios activos de instituciones estatales, personas que, según Yadira, se infiltraban para proteger la “verdadera esencia” de la Revolución. La dirección del movimiento, sin embargo, permanecía en sus manos, manejada casi exclusivamente a través de medios virtuales como Telegram, donde se utilizaban canales cerrados para coordinar acciones y compartir información. “Es la mejor manera de mantenernos unidos y seguros,” explicó con una convicción que rayaba en la fanática. A través de su relato, Henrik percibió una mezcla de astucia y paranoia, como si Los Descamizados fueran una red en constante tensión, siempre a punto de ser descubierta, pero decidida a permanecer activa a toda costa.

Mientras Henrik analizaba las palabras de Yadira, un escalofrío recorrió su espalda. Había algo familiar en su tono, en la manera en que construía su discurso. Era como si estuviera escuchando un eco de algo que había experimentado antes, algo que había enterrado en su memoria, pero que ahora resurgía con una fuerza perturbadora. 

Recordó el momento exacto en que había decidido actuar. Tras reflexionar profundamente, escribió en su muro de Facebook un mensaje simple pero contundente:

"Contra la Revolución, ni en su nombre, ni en su contra."

Luego, por impulso, quizo revisar el perfil de María, la mujer que había iniciado toda esta trama. Con asombro, descubrió que había desaparecido por completo, como si nunca hubiera existido.

Henrik sabía que la situación requería más que reflexión personal. Comprendía que cualquier ambigüedad en torno a los hechos podría ser malinterpretada. Por ello, decidió actuar con la misma prudencia y lealtad que siempre habían guiado sus acciones.

Tras meditarlo, escribió una carta detallando lo sucedido y la remitió a quienes correspondía para que tomaran las medidas necesarias, acompañada de una breve nota en la que dejaba claro su intención: para alertar y proteger. Con ese acto, sintió que había cerrado un capítulo importante, reafirmando su postura inquebrantable de no permitir que nada ni nadie pusiera en peligro la Revolución.

El bicitaxi se detuvo frente a la casa de sus amigos. Henrik descendió y mientras caminaba hacia la casa de sus amigos su mente seguía pendulando  entre el pasado y el presente, entre Suecia y Cuba.

Desde su llegada a Cuba, había notado ciertos eventos desconcertantes: el encuentro y miradas de desconocidos en el lobby del hotel, las apariciones recurrentes de los dos hombres en Bayamo, y el inexplicable intento de desordenar sus pertenencias en el Copacabana. Todo parecía estar conectado de alguna manera con Yadira, con Los Descamizados y con aquella llamada desde Estados Unidos. ¿Era posible que su viaje a Cuba hubiera sido monitoreado desde antes de su partida? ¿Acaso Yadira había buscado más que su atención en Suecia? ¿Existen Los Descamizados?

Henrik no podía ignorar el peso de los acontecimientos e intentaba encontrar  de estas coincidencias. Mientras sus amigos lo recibían con cálidos abrazos, las preguntas golpeaban su mente:

¿Juega Yadira al algún papel en todo esto, de ser así, hasta dónde llegaban sus intenciones? ¿Qué conexión había entre todo esto? ¿Y hasta dónde llegaban los hilos que Yadira había comenzado a mover?

Henrik sabía que esta historia estaba lejos de terminar. Con o sin el fantasma de Yadira, las preguntas y los hilos invisibles que ella había tejido continuaban persiguiéndolo bajo el cielo azul de Cuba para probar que la historia, en realidad, nunca muere.

***

Esperamos que este relato haya despertado su curiosidad y lo haya llevado a explorar más allá de lo evidente. Siga con nosotros para descubrir más historias donde lo real y lo desconocido se encuentran.

¡Le deseamos un maravilloso momento con cada palabra y misterio que comparta con nosotros!

Copyright © Henrik Hernandez 2024

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