Sociedad

Socialismo cubano: propiedad social sin control popular. La contradicción que debe resolverse

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Este texto constituye la tercera entrega de la serie iniciada con “Revoluciones inconclusas: ¿Por qué las revoluciones no han cumplido su misión?”, donde analizamos cómo los procesos revolucionarios del mundo han quedado atrapados entre sus aspiraciones transformadoras y las dinámicas internas que los desviaron de su propósito original. En aquel primer artículo examinamos la brecha entre la promesa emancipadora y los límites estructurales que impidieron su realización plena. En esta nueva entrega llevamos ese marco conceptual al caso cubano, situando la Revolución dentro de los ciclos históricos de ascenso, consolidación, agotamiento y posible renacimiento que caracterizan a los grandes procesos revolucionarios. Más que describir la crisis actual, buscamos comprender su profundidad histórica y los factores que han conducido a la Revolución Cubana a una hora crítica, determinando si aún es posible una metamorfosis que preserve su espíritu emancipador.

Introducción: El socialismo entre la promesa y el vacío

Si algo distingue al marxismo como teoría revolucionaria es que no define el socialismo por la bondad de sus intenciones, sino por la realidad del poder: quién decide, quién controla, quién gestiona. La Revolución Cubana, en su origen, aspiró a inaugurar una forma superior de democracia obrera, donde la propiedad social estuviera acompañada por el control popular. Pero la historia del siglo XX demostró que socializar la propiedad jurídica no garantiza la socialización del poder real. Aquí nace la fractura que define el presente cubano: la propiedad estatal dice “somos todos”, pero las decisiones dicen “somos pocos”. Este artículo examina esa contradicción decisiva y señala por qué su resolución determina la supervivencia del proyecto revolucionario.

Propiedad social sin control social: la raíz del problema

Marx fue explícito: el socialismo no consiste en que el Estado sea dueño de las fábricas, tierras o servicios, sino en que los trabajadores controlen conscientemente el proceso de producción y reproducción social. La propiedad estatal, si no se acompaña de mecanismos reales de participación, auditoría y decisión popular, se convierte en una abstracción jurídica administrada desde arriba. Eso no es socialismo: es estatismo.

Cuba heredó esta contradicción de los modelos de socialismo real. El pueblo es propietario en teoría, pero en la práctica no decide el rumbo de la economía, ni el plan, ni las prioridades productivas, ni el destino de los excedentes. La participación institucionalizada no tiene efecto vinculante, los espacios de debate son consultivos y los canales de control popular funcionan más como supervisión moral que como poder real.

El resultado es una alienación política: el pueblo aparece como sujeto de la Revolución en el discurso, pero como espectador en la gestión.

El partido como mediador absoluto del poder

La Revolución depositó en el Partido Comunista el papel de vanguardia organizadora. Sin embargo, en ausencia de contrapesos populares efectivos, el partido terminó ocupando un lugar que Marx jamás imaginó: administrador exclusivo de la propiedad social. No es el pueblo quien controla al partido; es el partido quien controla, supervisa, nombra, rotula y decide en nombre del pueblo.

Eso ha convertido a la estructura partidista en un filtro total: para acceder a decisiones económicas, políticas, productivas o institucionales, debe pasar inevitablemente por la mediación del aparato. Esto vacía de contenido el principio marxista fundamental: la emancipación de los trabajadores será obra de los trabajadores mismos.

La ausencia de mecanismos de control popular efectivo

El socialismo exige instituciones capaces de garantizar: auditoría ciudadana vinculante, transparencia radical, rotación real de cargos, participación obrera en la gestión, descentralización democrática, control colectivo de los excedentes.

Nada de esto existe hoy en Cuba de manera sustancial. La mayor parte de las decisiones estratégicas se toman en espacios cerrados, los representantes no dependen de la aprobación continua del pueblo y los sindicatos no ejercen función de control, sino de movilización.

El resultado es una estructura que produce obediencia, no deliberación.

La resistencia de la élite político-administrativa al control popular

Pero exigir la devolución del control popular implica enfrentarse a un obstáculo estructural que rara vez se nombra: la élite político-administrativa que dirige el Estado ha desarrollado intereses propios que la llevan, de manera objetiva, a resistir cualquier mecanismo que socialice el poder real. No se trata solo de un problema ideológico o de una cultura política centralista; es, ante todo, una cuestión material. Los cuadros que conforman el aparato del partido-Estado ocupan posiciones que les permiten decidir el acceso a recursos, administrar empresas, intermediar inversiones y definir el destino de sectores estratégicos de la economía. Ese rol de “gestores exclusivos” convierte al monopolio político en un capital organizacional acumulado, difícil de ceder voluntariamente. Por eso, aunque el discurso oficial reivindique el poder del pueblo, la estructura real funciona como un sistema de preservación de privilegios: cualquier democratización efectiva —auditoría ciudadana, control obrero, rotación real de cargos, transparencia vinculante— sería percibida por esa élite como una amenaza a su posición. Esta lógica explica por qué los llamamientos a la “participación popular” conviven con sistemas de control que impiden que esa participación se traduzca en poder. En otras palabras: el obstáculo central no es técnico ni conceptual, sino de correlación de fuerzas dentro del propio Estado. Sin reconocer esta resistencia interna, la socialización del control seguirá siendo una consigna vacía.

Consecuencias para la legitimidad de la Revolución

Cuando la población no decide, no controla y no audita, ocurre lo inevitable: la Revolución se divorcia de su sujeto histórico. La gente percibe que su vida no es determinada por su acción colectiva, sino por decisiones tomadas en esferas inaccesibles. Este fenómeno es el que Marx llamó alienación política: no la dominación capitalista, sino la separación entre pueblo y poder revolucionario.

En Cuba, esto se manifiesta en: apatía política, desmovilización, emigración como salida, descreimiento generacional, expansión de la economía informal como forma de autonomía real, sensación colectiva de que “nada cambia por lo que la gente haga”.

Cuando el pueblo deja de sentirse autor de la Revolución, la Revolución pierde su fuente de legitimidad más profunda.

La socialización del control como única salida no capitalista

La contradicción esencial del socialismo cubano no es económica ni geopolítica, sino política: la propiedad está socializada en el papel, pero el control real está estatizado en una élite. La solución no puede ser la privatización, que solo consolidaría a la burguesía funcional. Tampoco puede ser la continuidad inmóvil, que profundiza el agotamiento.

La única vía socialista auténtica es devolver el poder de decisión al pueblo trabajador, mediante: control obrero en empresas estatales, cooperativas reales no tuteladas, mecanismos vinculantes de democracia directa, transparencia radical en la gestión pública, descentralización social y territorial, transformación del partido en un espacio deliberativo, no directivo.

No es una utopía: es la definición marxista de socialismo.

Conclusión: el socialismo no puede sostenerse sin socialistas en el poder

Este artículo no plantea un programa político exterior a la tradición de la Revolución, sino su retorno a la fuente: sin control popular real, la propiedad social es una ficción administrativa. Mientras la élite político-administrativa preserve su monopolio sobre la gestión, la contradicción se profundizará, la sociedad se distanciará del proyecto y la restauración capitalista avanzará bajo el disfraz de reformas modernizadoras.

La cuestión decisiva es si el proyecto será capaz de devolver la propiedad a quienes siempre debieron ejercerla: el pueblo trabajador.
No hay socialismo sin socialistas gobernando su propia vida.

Glosario de términos clave:

Alienación política:

Concepto marxista que describe la separación entre el pueblo y el poder real. Ocurre cuando las personas no deciden sobre las estructuras que afectan su vida, aun cuando formalmente son “propietarias” del sistema.

Burguesía funcional:

Capa de cuadros político-administrativos que, sin poseer formalmente la propiedad, ejercen control económico y social mediante su posición en el aparato estatal. Es una clase en formación dentro del socialismo de Estado.

Capital organizacional acumulado:

Ventaja estructural que adquiere una élite cuando controla los mecanismos de gestión, nombramientos y decisiones estratégicas. Se comporta como capital aunque no sea propiedad privada.

Control popular real:

Capacidad efectiva del pueblo para decidir, auditar, gestionar y corregir las decisiones del Estado y las empresas. No es consulta, sino poder vinculante.

Democracia socialista:

Modelo político en el que los trabajadores ejercen poder directo sobre la economía y el Estado mediante mecanismos participativos, deliberativos y vinculantes. Se diferencia del pluralismo liberal y del centralismo burocrático.

Estatismo:

Forma de organización donde el Estado concentra la propiedad y las decisiones, pero sin socializar el control. Es el extremo opuesto del socialismo democrático.

Propiedad social vs. propiedad estatal:

La propiedad social es propiedad de todos con control ejercido por los trabajadores.
La propiedad estatal es propiedad legal del pueblo pero administrada por una élite estatal.

Socialización de la gestión:

Transferencia del poder de decisión económico y político desde el aparato estatal hacia los colectivos obreros, comunidades y mecanismos de democracia directa.

Fuentes consultadas:

Bettelheim, C. (1976). Class Struggles in the USSR: First Period 1917–1923. Monthly Review Press.

Deutscher, I. (1963). The unfinished revolution: Russia 1917–1967. Oxford University Press.

Hoffmann, B. (2016). Reconstructing Socialism: The politics of institutional change in Cuba. Journal of Latin American Studies, 48(4), 707–734.

Luxemburg, R. (1900/1970). Reforma o revolución. Editorial Grijalbo.

Marx, K. (1875/1970). Crítica del Programa de Gotha. Editorial Progreso.

Mesa-Lago, C. (2020). Cuba’s economic reform: Evolution, results, and challenges. University Press of Florida.

ONEI. (2023). Anuario Estadístico de Cuba. La Habana: Oficina Nacional de Estadística e Información.

Pérez, L. A. Jr. (2015). Cuba: Between reform and revolution (6th ed.). Oxford University Press.

Ritter, A. (2021). The Cuban economy in a new era: An agenda for change toward durable development. Georgetown University Press.

Wright, E. O. (2010). Envisioning Real Utopias. Verso Books.

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Por Henrik Hernandez - Tocororo Cubano

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