Educación y Sociedad

Ser cubano: identidad, memoria y compromiso

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Cortesía de Soto, Alba.

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Una vez más, Henrik nos sorprende con una de sus reflexiones filosóficas, esta vez sobre la identidad de ser cubano, la memoria patria viva a través del compromiso.

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La cubanía no es solo un lugar de nacimiento ni un gentilicio que se lleva por inercia. Es un fuego interno, una raíz profunda que une pasado y presente en un hilo invisible pero indestructible. Para Henrik, ser cubano no es simplemente haber nacido en la isla, sino vivir y sentir a Cuba en cada pensamiento, en cada palabra, en cada gesto de resistencia y amor a la patria.

Se pregunta a menudo qué significa ser cubano cuando el silencio se impone en ciertos espacios, cuando las conversaciones sobre su tierra se evitan, cuando la identidad parece diluirse entre las sombras del miedo o la indiferencia. ¿Puede haber cubanía sin hablar de Cuba? ¿Es posible defender una identidad sin mencionarla, sin sentirla, sin sostenerla en la palabra y en la acción? Para Henrik, la respuesta es clara: la identidad no se hereda pasivamente, se defiende con conciencia y compromiso.

El cubano no es solo el que lleva el nombre, sino el que lleva la historia. Es aquel que, aunque lejos, siente la brisa del Malecón en la memoria y escucha en el alma el eco de la clave y el son. Es el que sabe que Cuba no es un tema incómodo, sino un estandarte de lucha, de dignidad, de resistencia. No basta con llevar la isla en el pasaporte si no se lleva en el corazón y en la conciencia.

Henrik ha aprendido que la identidad no se mide en kilómetros ni en fronteras impuestas. Ser cubano es llevar la patria en la voz, en el pensamiento, en la sangre. Es defenderla cuando otros callan, es sostener su historia cuando otros la tergiversan, es construir un puente entre lo que fue, lo que es y lo que debe ser. Ser cubano es más que un origen: es un destino asumido con honor y responsabilidad.

Por eso, cuando alguien le dice que hablar de Cuba no es el foro correcto, cuando le sugieren que su defensa de la isla es inoportuna, no siente que le estén pidiendo silenciar un simple discurso, sino que le están exigiendo apagar una parte de sí mismo. Y eso, para él, es imposible. Porque la cubanía no es un traje que se quita y se pone según la ocasión. Es una piel, un alma, una verdad que no se negocia.

Ser cubano es recordar que la patria no es solo un pedazo de tierra, sino un conjunto de valores, una historia tejida con sacrificios, un pueblo que ha resistido las tormentas del tiempo. Es saber que el enemigo más peligroso no es el que la ataca desde fuera, sino el que pretende borrar su esencia desde dentro, disfrazando la sumisión de pragmatismo y el olvido de evolución.

Henrik no puede, ni quiere, renunciar a su identidad. Sabe que hablar de Cuba no es una opción, sino una necesidad. Porque si los cubanos no cuentan su propia historia, otros la contarán por ellos, y la despojarán de su verdad. Si no defienden su identidad, otros la moldearán a su conveniencia, hasta hacerla irreconocible.

Ser cubano es, entonces, un acto de resistencia y amor. Un compromiso con la memoria y el porvenir. Un pacto inquebrantable con la esencia misma de la patria. Y mientras quede un cubano que la sienta y la defienda, Cuba vivirá, no solo en la geografía, sino en el espíritu de quienes se niegan a dejarla morir en el silencio.

Sentir la cubanía es estar embriagado por el egregor de un pueblo de héroes para los que solo existe la victoria o la muerte, es volver de la batalla con la espada o sobre el escudo. Es sentir el grito de ¡Patria o Muerte! en cada latido del corazón.

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La redacción e investigación de este artículo han contado con la asistencia de inteligencia artificial, utilizada desde julio de 2024.

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