Roberto Bermúdez: valor militar, violencia interna y límites éticos en el Ejército Libertador
por Henrik Hernandezpublicado en
Introducción: una figura extraordinaria
La Guerra de Independencia cubana (1895–1898) produjo figuras de extraordinaria complejidad humana. Junto a líderes políticos y estrategas militares de amplia formación, emergieron jefes de combate cuya autoridad se sustentaba casi exclusivamente en el arrojo personal, la disciplina severa y la violencia directa. Entre ellos se encuentra Roberto Bermúdez, general del Ejército Libertador, cuyo caso plantea uno de los dilemas más profundos de la historiografía independentista cubana: ¿hasta dónde puede tolerarse la violencia interna en una guerra de liberación sin comprometer la legitimidad moral del proyecto nacional?
Ascenso rápido y prestigio militar
Roberto Bermúdez se incorporó a la lucha independentista en 1895 y alcanzó el grado de general de brigada en abril de 1896, con poco más de 24 años de edad. Este ascenso acelerado, poco común incluso en un ejército irregular, respondió a su comportamiento reiterado en combate, caracterizado por la exposición personal al fuego enemigo, la conducción directa de cargas y una notable resistencia física frente a heridas graves.
Diversos testimonios de combatientes contemporáneos coinciden en señalar que Bermúdez se reincorporaba con rapidez tras resultar herido y que mantenía su liderazgo aun cuando su movilidad estaba seriamente comprometida. Su autoridad no descansaba en la planificación estratégica ni en la retórica política, sino en el ejemplo físico y la audacia, un patrón frecuente entre jefes de origen campesino dentro del Ejército Libertador.
Papel en la invasión hacia Occidente
Bermúdez participó en operaciones vinculadas a la invasión hacia Occidente, una de las maniobras estratégicas más decisivas de la guerra. En ese contexto fue utilizado como elemento de vanguardia, capaz de irrumpir rápidamente en territorio enemigo, fijar fuerzas españolas y transmitir un mensaje político-militar claro: la insurrección había alcanzado el extremo occidental de la isla.
No obstante, la misma agresividad que lo hacía eficaz en la ofensiva comenzó a generar preocupación entre los mandos superiores. Existen constancias de llamadas de atención disciplinarias, particularmente por su trato a civiles, subordinados y prisioneros, así como por el uso de castigos físicos severos que excedían las prácticas aceptadas incluso en un contexto de guerra irregular.
Conflictos disciplinarios y reputación controvertida
A lo largo del conflicto, Bermúdez acumuló quejas formales por abuso de autoridad. En distintos momentos fue separado de responsabilidades y posteriormente restituido, lo que revela una tensión persistente entre su utilidad militar inmediata y los riesgos políticos y morales que representaba su conducta. El problema no era excepcional en un ejército sometido a presión extrema, pero en su caso adquirió un carácter recurrente y estructural.
Su estilo de mando generó temor tanto entre pobladores civiles como entre otros oficiales, lo que contribuyó a su progresivo aislamiento dentro de la estructura de mando. Bermúdez solo parecía reconocer una autoridad indiscutible: la de los máximos jefes del movimiento, particularmente Antonio Maceo y, en última instancia, Máximo Gómez.
Autoridad carismática y choque con el proyecto institucional
El liderazgo de Bermúdez no fue una anomalía individual, sino la expresión extrema de una autoridad carismática preinstitucional, basada en el valor personal, la capacidad de infundir miedo y la lealtad directa de la tropa. Este modelo, funcional en fases tempranas de la guerra irregular, entraba en contradicción con el proyecto político que el independentismo cubano comenzaba a perfilar: la construcción de un Estado nacional moderno, en el que la fuerza armada debía subordinarse a una legalidad común.
En ese sentido, Bermúdez encarnó una tensión estructural del proceso revolucionario: fue un producto eficaz de la guerra, pero también un potencial obstáculo para la paz y el orden civil que se intentaban fundar.
El hecho determinante
En 1898, cuando la guerra entraba en su fase final y se habían aprobado disposiciones para facilitar la reincorporación de desertores, ocurrió un hecho que marcó un punto de no retorno. Bermúdez ordenó o ejecutó la muerte de un hombre que se había acogido a dichas disposiciones, un acto que no podía justificarse ni como acción de combate ni como sanción legal dentro del marco establecido por el propio Ejército Libertador.
Este episodio, denunciado a los niveles superiores de mando, trasladó el problema a otro plano. Ya no se trataba de excesos en combate, sino de una violación directa de la autoridad política y jurídica del movimiento independentista, con el riesgo de sentar un precedente devastador para la cohesión interna del ejército.
La decisión de Máximo Gómez
El General en Jefe Máximo Gómez comprendió que el caso trascendía la figura individual de Bermúdez. La supervivencia moral del Ejército Libertador —y su legitimidad como futuro poder nacional— exigía establecer un límite inequívoco. La detención se realizó con cautela para evitar un enfrentamiento interno, y Bermúdez fue sometido a juicio militar.
Durante el proceso se descartaron varias acusaciones, pero quedó probado un hecho de extrema gravedad que justificó la condena. El 12 de agosto de 1898, Roberto Bermúdez fue fusilado en Las Charcas. Es el único general del Ejército Libertador ejecutado por sus propias fuerzas, un dato que subraya la excepcionalidad del caso y la gravedad del mensaje que se pretendía transmitir.
Recepción y significado interno
La ejecución no fue recibida de manera unánime dentro del Ejército Libertador. Para algunos oficiales y combatientes constituyó una advertencia necesaria que reafirmaba la autoridad del mando y la primacía de la ley; para otros fue un acto doloroso que evidenciaba hasta qué punto la guerra había erosionado los límites humanos de sus protagonistas. Sin embargo, más allá de las reacciones individuales, el mensaje institucional fue claro: ningún mérito militar otorgaba licencia para ejercer la violencia al margen de la autoridad colectiva.
Reflexión final
La ejecución de Roberto Bermúdez no puede entenderse como una purga política ni como una venganza personal. Fue una decisión fundacional, orientada a preservar la legitimidad ética del proyecto independentista en el umbral de la victoria. Bermúdez no fue un traidor ni un mártir, pero tampoco un héroe sin sombras. Representa el límite donde la épica militar entra en conflicto con la construcción de una nación basada en normas.
Su historia no debilita la gesta independentista; al contrario, demuestra que el Ejército Libertador fue capaz de juzgarse a sí mismo, incluso en el momento más crítico de su existencia.
Glosario de términos clave:
Autoridad carismática:
Forma de liderazgo basada en el prestigio personal, el valor y la lealtad directa, más que en normas institucionales.
Ejército Libertador:
Fuerza militar independentista cubana que combatió contra el dominio colonial español entre 1895 y 1898.
Guerra irregular:
Tipo de conflicto armado caracterizado por la ausencia de ejércitos regulares, uso de guerrillas y flexibilidad táctica.
Invasión hacia Occidente:
Campaña estratégica del Ejército Libertador destinada a extender la guerra desde el centro-oriente hasta el occidente de Cuba.
Legitimidad política:
Reconocimiento moral y social de la autoridad de un poder, más allá de su capacidad coercitiva.
Fuentes consultadas:
Castellanos, J. (1973). Historia de Cuba: La guerra de los diez años y la guerra de independencia. Editorial de Ciencias Sociales.
Gómez, M. (1973). Diario de campaña. Editorial de Ciencias Sociales. (Obra original publicada en el siglo XIX).
Leuchsenring, E. (1910). Historia de la guerra de independencia de Cuba. Habana: Imprenta Avisador Comercial.
Portuondo, F. (1965). Historia de Cuba. Editorial Pueblo y Educación.
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Por Henrik Hernandez - Tocororo Cubano
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