Cultura

Pesadilla en tarde invernal

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Cortesía del autor.

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Este relato forma parte de una colección de narraciones de ficción publicadas en Tocororo Cubano. Los eventos y personajes son ficticios, creados para fomentar la creatividad literaria y la reflexión. Cualquier semejanza con personas o situaciones reales es pura coincidencia.

¡Le deseamos que disfrute de nuestro relato y pase un maravilloso momento junto a nosotros!

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Era una cruda tarde invernal en Flemingbergsdalen. El termómetro marcaba quince grados bajo cero, y el viento cortaba como navajas. Henrik, envuelto en su grueso abrigo, avanzaba hacia el ICA para comprar provisiones. La nieve crujía bajo sus botas, un sonido seco que rompía el ominoso silencio del paisaje blanco. Al llegar a la encrucijada cercana al túnel peatonal que conectaba con la estación del pendeltåg, su mirada se detuvo en una figura extraña.

Un hombre de ropas amarillas, como un faro fuera de lugar en la monotonía del invierno, destacaba entre el gris y blanco del entorno. Su actitud era inquietante. Sujetaba una carpeta que, al aproximarse Henrik, cayó al suelo, esparciendo su contenido. Fotografías y fichas de hombres desconocidos quedaron expuestas por un instante antes de que el hombre, torpe y visiblemente nervioso, las recogiera apresuradamente. Su respiración formaba nubes de vapor que parecían disipar su calma. Henrik evitó hacer contacto visual y continuó su camino, aunque la imagen quedó grabada en su mente.

Casi tres cuartos de hora después, con su mochila repleta de mercadería, Henrik regresó por el mismo lugar. Al girar la esquina, una inquietud inexplicable lo invadió, como si algo invisible lo alertara de un peligro latente. Su sorpresa fue mayúscula al ver que el hombre seguía allí, inmóvil como una estatua macabra en el frío polar.

La nariz del desconocido estaba cubierta de hielo, y un carámbano colgaba grotescamente de ella, reflejando la tenue luz del día. La escena era perturbadora, casi irreal, como arrancada de una pesadilla congelada. Un escalofrío recorrió la espalda de Henrik, y su intuición se encendió como una alarma silenciosa pero ensordecedora, advirtiéndole que algo mucho más oscuro se ocultaba tras aquella figura inmóvil.

Con una mezcla de discreción y urgencia, Henrik sacó su móvil y apuntó hacia el hombre, intentando capturar una imagen. Pero el desconocido, como si poseyera un sexto sentido, reaccionaba en fracciones de segundo, girándose de manera calculada para ocultar su rostro. Henrik sintió un sudor frío recorrer su espalda, a pesar del gélido ambiente. Tras varios intentos fallidos, su respiración comenzó a acelerarse, y decidió seguir caminando, intentando calmar la creciente sensación de peligro.

Henrik apretó el paso, pero la sensación de ser observado lo paralizaba cada pocos metros. Fue entonces cuando lo notó. Los pasos del hombre resonaban tras él, acompasados y sin prisa, pero con una determinación que erizaba la piel. Henrik giró discretamente la cabeza y confirmó sus peores temores: el hombre lo seguía. Cada movimiento del desconocido parecía deliberado, calculado, y las manos hundidas en los bolsillos de su abrigo solo alimentaban la incertidumbre de sus intenciones.

El andar del extraño era lento, pero en su ritmo había una intensidad contenida, como un depredador acechando a su presa. Henrik sintió que el aire a su alrededor se volvía más denso, sofocante, a pesar del frío cortante. Su mente corría a toda velocidad, buscando una salida, una forma de escapar a aquella presencia que lo seguía como una sombra amenazante. Cada paso tras él era como un latido ensordecedor que resonaba en el silencio invernal, aumentando la tensión hasta hacerla casi insoportable.

Henrik sintió el peligro como un escalofrío recorriéndole la columna. Sin pensarlo, saltó una cerca baja que separaba la acera de una plazoleta infantil.

Desde su nuevo punto de observación, vio cómo el hombre del abrigo amarillo continuaba caminando, esta vez hacia la entrada de un edificio cercano. Su andar, aunque lento, transmitía una fuerza contenida, como si luchara contra el impulso de correr. Dos figuras vestidas de negro lo esperaban. Parecía que discutían en voz baja, sus gestos eran rápidos y contenidos.

Desde su posición, Henrik intentó grabar un video. Mientras ajustaba el enfoque, notó la presencia de un cuarto hombre, sentado en un banco cercano. Este hizo contacto visual con el grupo antes de levantarse y caminar con determinación hacia el otro lado del edificio. Fue entonces cuando Henrik vio un brillo metálico en sus manos: un arma corta. Las piezas del rompecabezas comenzaban a encajar, y lo que inicialmente parecía una escena excéntrica se convertía en algo mucho más oscuro.

El frío mordía su piel como dientes afilados, pero fue el miedo el que lo inmovilizó, clavándolo al suelo como un peso invisible. Su respiración era entrecortada, cada bocanada de aire helado quemando su garganta. Sentía que cada pequeño movimiento podría delatar su posición, exponiéndolo a algo que su mente no alcanzaba a comprender. Desde su escondite, continuó grabando con el móvil, pero sus dedos entumecidos temblaban tanto que apenas lograban mantener el enfoque. La tensión era una cuerda tirante, lista para romperse en cualquier instante, y el aire a su alrededor parecía vibrar con una energía ominosa que lo hacía sentir como si el mismísimo invierno conspirara en su contra.

Unos minutos después, los cuatro hombres abordaron un vehículo blanco estacionado en el parqueo. Henrik, desde la distancia, continuaba grabando, sus manos temblorosas por el frío y el miedo. 

De repente, el silencio helado se hizo trizas con el rugido ensordecedor de motores. Como sombras que emergen de la nada, tres motocicletas irrumpieron en escena, rodeando el vehículo blanco en un movimiento perfectamente sincronizado. Los faros de las motos atravesaban la penumbra, iluminando a los ocupantes del auto como presas acorraladas. Henrik sintió un nudo en el estómago, mientras sus ojos saltaban frenéticos entre la pantalla de su móvil y la escena que se desplegaba frente a él. La amenaza era palpable, una tensión que electrizaba el aire y convertía cada segundo en una eternidad.

El primer disparo resonó como un trueno en la quietud invernal, seguido de una lluvia de balas. Las ventanas del vehículo estallaron, y el conductor intentó maniobrar, pero los motociclistas lo acorralaron. Uno de ellos, con una precisión aterradora, lanzó un cóctel molotov al interior del auto. El fuego se propagó rápidamente, y una explosión final iluminó el paisaje como un relámpago. Henrik retrocedió instintivamente, su corazón latiendo con fuerza desbocada.

Uno de los motociclistas, antes de retirarse, realizó una inspección visual del lugar. Su mirada se detuvo en el montículo de nieve tras el que Henrik estaba escondido, y por un instante que se sintió eterno, pareció fijar sus ojos en la dirección exacta de su escondite. Era como si presintiera su presencia, un momento que hizo que la sangre de Henrik se helara más que el propio aire del invierno. Después hizo una ademan sutil y las motocicletas desaparecieron tan rápido como habían llegado, dejando tras de sí un silencio sepulcral, mientras las llamas consumían el vehículo. 

Desde su escondite tras un montículo de nieve en el parque infantil, Henrik observó cómo llegaban bomberos, policías, personal médico y paramédico, sus luces destellantes iluminando la escena con un destello intermitente que contrastaba con la quietud del paisaje. Acordonaron el área, pero incluso con su llegada, el aire seguía cargado de misterio y peligro. Cada movimiento de los agentes parecía demasiado lento, como si el tiempo mismo conspirara para alargar la tensión. Henrik, escondido, sintió que su corazón martillaba contra su pecho mientras la escena seguía desarrollándose ante sus ojos, una ominosa sensación de que aquello solo era el comienzo de algo mucho más oscuro.

Aquella tarde, que comenzó como una salida rutinaria al supermercado, se transformó en una pesadilla helada que invadió cada rincón de la mente de Henrik. No solo dejó más preguntas que respuestas, sino también una opresiva certeza de que las sombras que había presenciado no desaparecerían. Permanecerían allí, acechando en la periferia de su conciencia, como un eco siniestro que seguiría resonando mucho después de que el paisaje volviera a cubrirse de nieve.

Mientras se alejaba del parque, una duda insidiosa comenzó a carcomer su mente. ¿Y si alguien volvía por él? Como testigo de algo que nunca debió haber visto, su propia existencia podría convertirse en una amenaza. El pensamiento lo persiguió en el silencio de la noche, convirtiendo el gélido viento en un susurro que parecía repetir una advertencia: el peligro no había terminado.

Aviso:

Las fotografías en este relato tienen como único objetivo fortalecer la narrativa y no guardan relación alguna con hechos reales.

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