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“No cuenten conmigo…”

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Por Henrik Hernandez

Hay momentos en la vida intelectual en los que uno tiene que detenerse, respirar hondo y decidir desde dónde quiere hablar. No desde la comodidad, ni desde la conveniencia, ni desde la presión de grupo, sino desde el lugar íntimo donde habita la conciencia.

Este artículo nace exactamente de ahí.

En los últimos años he observado, con respeto y también con inquietud, la proliferación de iniciativas que se presentan como proyectos agroecológicos, autosostenibles o comunitarios, pero que en realidad funcionan como emprendimientos individuales con una red de influencia que crece “bajo las sombras del poder”. No dudo que muchas personas que los apoyan lo hacen desde la buena fe, desde el deseo genuino de aliviar necesidades, desde el impulso noble de sentirse útiles frente al bloqueo y las carencias que enfrenta Cuba. Pero aun respetando profundamente esas motivaciones, debo decirlo con la serenidad que da la verdad interior: no cuenten conmigo para ese camino.

Mi compromiso con Cuba no es meramente emocional; es también político, ético y conceptual. Y ese compromiso me obliga a distinguir entre apoyar un proyecto verdaderamente colectivo y fortalecer una estructura privada que, aunque se presente con discursos verdes, sostenibles o alternativos, trabaja a largo plazo para consolidarse como un polo económico propio. No puedo cerrar los ojos ante lo evidente: cuando la solidaridad internacional se canaliza hacia emprendimientos privados, por lo general sin controles transparentes, sin participación comunitaria real y sin supervisión institucional, lo que se está fortaleciendo no es la soberanía ni la justicia social, sino algo muy distinto, contrario al interés común.

En mis reflexiones he desarrollado un concepto que considero central para entender esta dinámica: la burguesía funcional. No es una burguesía clásica ni hereditaria, ni es la que surgió de privatizaciones masivas como en Europa del Este. Es una clase económica emergente que no posee aún un poder formal, pero que ocupa espacios vacíos, administra excepciones, opera en zonas grises y se beneficia de la mezcla peculiar entre recursos estatales, contactos nacionales e internacionales y discursos legitimadores. No controla los medios de producción por decreto, sino por conveniencia; no domina instituciones, pero influye en ellas desde la práctica; no dirige políticamente, pero condiciona decisiones desde la economía real. Y lo hace silenciosamente, posicionándose para un escenario posrevolucionario que ellos consideran inevitable —no porque el país vaya hacia allí, sino porque ellos se están preparando para ese desenlace.

La solidaridad internacional, cuando no se administra con cuidado, puede convertirse involuntariamente en combustible para esa burguesía funcional. Personas que desean ayudar a Cuba terminan, sin saberlo, financiando nodos privados de poder que concentran recursos, establecen dependencias y erosionan la lógica colectiva del socialismo. No lo hacen con mala intención. Pero la buena intención no anula los efectos objetivos. Y cuando se canalizan fondos hacia proyectos cuyo beneficio final es individual o corporativo —no comunitario—, la línea entre apoyo solidario y capitalización privada se vuelve demasiado delgada.

Por eso lo repito con claridad: no cuenten conmigo para apoyar emprendimientos privados que se disfrazan de proyectos comunitarios o agroecológicos, mientras construyen redes económicas que concentran poder fuera del control popular. No cuenten conmigo para legitimar estructuras que dependen más del financiamiento extranjero que de la participación del pueblo. No cuenten conmigo para fortalecer alternativas privadas que buscan convertirse en nuevos ricos, interlocutores privilegiados entre la economía cubana y actores externos.

Pero sí cuenten conmigo —siempre— para defender a Cuba, a sus cooperativas, a sus instituciones sociales, a la agricultura verdaderamente comunitaria, a la producción popular y al tejido colectivo que ha sostenido este país durante décadas de asedio. Cuente conmigo para denunciar la manipulación disfrazada de sostenibilidad. Cuente conmigo para defender la ética de la solidaridad, que debe servir para aliviar al pueblo y no para acumular poder en manos de actores privados y dispersos.

No cuenten conmigo para alimentar ilusiones privadas. Pero cuenten conmigo, incondicionalmente, para fortalecer la dignidad colectiva de Cuba y la justicia social para mi pueblo. Porque mi compromiso no está con proyectos individuales, sino con el destino común de una nación que ha resistido demasiado como para permitir que su futuro se fragmente en intereses particulares.

El problema serio es que, bajo el discurso noble de la solidaridad, se está financiando infraestructura industrial privada. Eso no es solidaridad: es inversión encubierta en un proyecto empresarial que se beneficia de la buena fe de personas que creen estar ayudando al pueblo cubano. Cuando el dinero de la solidaridad termina elevando la capacidad económica de actores individuales —y no la de cooperativas, comunidades o instituciones sociales— se rompe el principio martiano de poner la riqueza al servicio de los humildes. Y para ese tipo de proyecto, que disfraza acumulación privada con el lenguaje de la ayuda, sencillamente digo: para eso no cuenten conmigo.

Mi ética no surge de modas ideológicas ni de lecturas pasajeras. Nace de lo más hondo del ideario martiano, de esa brújula moral que sintetizó en un solo verso toda una concepción de justicia: «Con los pobres de la tierra / quiero yo mi suerte echar». Esa frase no es poesía: es un mandato. Y desde ese mandato digo no a la plusvalía disfrazada de solidaridad, y no a la plusdirección que reproduce privilegios bajo ropaje técnico o agroecológico. Si algo he aprendido, es que cuando se erosiona el principio martiano de estar del lado de los humildes, la Revolución pierde su alma, y el socialismo su razón de ser. Por eso mi límite no es ideológico: es ético. Y nace de Martí.

Glosario de términos clave:

Burguesía funcional: concepto desarrollado por Henrik Hernandez para describir a actores dentro del sistema socialista que, sin poseer medios de producción a gran escala ni autoridad formal, acumulan poder económico a través de zonas grises, relaciones informales y acceso a capital externo. Su función práctica los posiciona como potenciales administradores de un eventual capitalismo posrevolución, sin declararlo abiertamente ni asumirlo como proyecto público.

Ética: Para Henrik Hernández, la ética no es un código abstracto, sino la coherencia profunda entre pensamiento, acción y justicia social. Es el límite interior que impide aceptar prácticas que reproduzcan desigualdades, aun cuando se presenten como necesarias, modernas o eficientes.

Economía social (cooperativa): modelo productivo basado en la propiedad colectiva, la participación democrática y el beneficio comunitario. En Cuba es un pilar estratégico para garantizar soberanía alimentaria y equidad territorial.

Emprendimiento privado: proyecto económico gestionado por individuos o familias. Su crecimiento puede ser legítimo, pero cuando se financia mediante solidaridad internacional sin transparencia puede generar concentraciones de poder y distorsiones éticas.

Martí (José Martí): Héroe nacional y pensador cubano cuya obra constituye la raíz ética del proyecto revolucionario. Su verso “Con los pobres de la tierra quiero yo mi suerte echar” es asumido por Henrik Hernández como fundamento moral para rechazar cualquier forma de acumulación desigual, simulada o declarada.

Martiano: Principio filosófico y moral inspirado en José Martí que coloca al ser humano —especialmente al humilde— en el centro de toda acción política. Ser martiano implica apostar por la justicia, la dignidad y la sensibilidad ante los desposeídos, como brújula permanente de decisión.

Modelo posrevolucionario (percepción subjetiva): idea sostenida por ciertos actores privados que actúan como si el tránsito hacia un capitalismo posrevolución fuera inevitable, posicionándose por adelantado para ese escenario hipotético.

Plusdirección: término crítico utilizado por Henrik Hernandez para describir formas de dirección o gestión que, sin ser capitalistas en lo formal, reproducen desigualdades al concentrar poder decisorio y beneficios en minorías administrativas o técnicas. Es vista como una distorsión antipopular dentro del socialismo.

Plusvalía: concepto económico marxista que designa el valor que el trabajador produce y que el propietario se apropia sin retribución equitativa. En el contexto del artículo, es rechazada como práctica incompatible con el espíritu martiano y con un socialismo auténtico.

Solidaridad internacional: apoyo material, político y moral dirigido a Cuba por parte de organizaciones, personas y colectivos extranjeros. Su valor radica en fortalecer al pueblo y las instituciones sociales, no en capitalizar proyectos privados.

Zonas grises económicas: espacios donde las normas formales no regulan completamente las prácticas económicas, permitiendo la acumulación silenciosa de influencia y recursos sin supervisión clara.

Gracias por leerme.
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© Henrik Hernandez, 2025. Bajo protección de la Ley Sueca de Derechos de Autor (Upphovsrättslagen, 1960:729). Todos los derechos reservados. Queda prohibida la reproducción total o parcial sin autorización. 

Declaración de autoría

Formación multidisciplinaria:

Geopolítica y Ciencias Sociales: Licenciado en Ciencias Pedagógicas con especialización en Historia y Ciencias Sociales por la Escuela Superior Interarmas de Políticos Militares de Minsk (1986)

Economía y mercados: Graduado de Vendedor y Promotor de Comercio Internacional en Säljehögskola - Mercuri International (2001)

Psicología y Salud: Auxiliar de Enfermería en Lärgården (2010) con especialización en Psiquiatría (2025)

Método de trabajo:
Artículo investigado, argumentado y redactado íntegramente por el autor. Se empleó IA exclusivamente para estructuración editorial y contraste conceptual bajo supervisión humana constante.

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