Cultura

¡Moforibale Osun!

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Imagen creada por la AI Sofia, representando el carácter vigilante de Osun.

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En esta nueva entrega del viaje de Henrik a Cuba, lo místico y lo terrenal se entrelazan en un ritual ancestral. Tras sentirse acechado por fuerzas desconocidas, Henrik es guiado hasta el río Bayamo, donde "el brujo" Juan Miguel invoca la protección de Osun, el vigía espiritual. En un ambiente cargado de tambores, plegarias y energía sagrada, Henrik será testigo de un poder que trasciende lo visible. ¿Podrá esta ceremonia romper la sombra que lo persigue?

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La noche había caído sobre Bayamo con su manto de humedad sofocante. Henrik, aún envuelto en la incertidumbre de los sucesos recientes, sintió la necesidad de buscar respuestas fuera del ámbito racional. Había escuchado hablar de un hombre en la ciudad, alguien con un conocimiento ancestral que podía protegerlo de las sombras que lo acechaban.

Juan Miguel, apodado El Brujo, lo recibió en su humilde bohío, una construcción de tablas de palma y techo de guano en las afueras de la ciudad. Su presencia era imponente; un hombre de piel oscura, mirada profunda y voz grave, con la sabiduría de generaciones reflejada en cada arruga de su rostro. Vestía una túnica blanca, símbolo de pureza dentro de las tradiciones afrocubanas.

—Sabía que vendrías —dijo Juan Miguel sin necesidad de presentación—. La muerte te ha olfateado, pero aún no te ha tocado.

Henrik sintió un escalofrío recorriéndole la espalda. No había contado detalles de su situación, y sin embargo, el brujo ya parecía conocerlo todo.

Sin más explicaciones, Juan Miguel lo invitó a seguirlo. Caminaban en silencio a través de los senderos húmedos de la noche, con la brisa espesa cargada del aroma de la tierra mojada y el lejano canto de los grillos. Atravesaron la espesura hasta llegar a las orillas del río Bayamo, un afluente del Cauto. Allí, cuando el sol comenzaba a despuntar por el horizonte, teñiendo la aurora de rojo y naranja Henrik escucho los mañaneros cantos de los gallos procedentes de las sitierias vecinas y vio una escena que le cortó la respiración, 

Ocho hombres de piel de ébano, con torsos desnudos y cuerpos marcados por cicatrices de antiguas ceremonias, se encontraban formando un semicírculo en cuyo centro se alzaba una majestuosa palma real. Frente a ella, sobre un altar improvisado de piedra y madera, descansaban tambores batá, esperando ser golpeados por manos expertas que invocarían la fuerza de los Orishas. El agua del río reflejaba el color dorado del alba y el murmullo del caudal parecía susurrar un canto ancestral.

Juan Miguel avanzó hasta el centro del círculo, llevando consigo una copa de metal brillante con una pequeña bandera, símbolo de Osun, el vigía y protector espiritual de los devotos. Al llegar al altar, levantó ambas manos y, con voz profunda, pronunció: "¡Moforibale, Osun!" rindiendo homenaje y mostrando su respeto absoluto.

Colocó la copa en un lugar elevado y la rodeó con Orí (manteca de cacao), Efún (cascarilla) y Otí (aguardiente), mientras murmuraba plegarias en un dialecto que Henrik no comprendía.

Tras depositar las ofrendas, el brujo miró a Henrik con solemnidad y le indicó que se acercara al borde del río Bayamo. El agua, iluminada por los primeros rayos del sol, brillaba con reflejos dorados, como si Osun mismo se manifestara en su superficie.

—Osun bendice y limpia, su agua es vida —dijo Juan Miguel mientras los tambores retumbaban con más fuerza.

Los hombres del círculo guiaron a Henrik hasta el agua, que le llegó hasta la cintura. Sintió el frescor envolviendo su cuerpo y, en ese instante, Juan Miguel tomó un cuenco y derramó el agua sagrada sobre su cabeza, murmurando oraciones en yoruba. Henrik cerró los ojos y dejó que la sensación de purificación lo invadiera.

¡Osun bogbo ara! —gritaron los hombres al unísono, invocando la protección total del orisha.

Juan Miguel sumergió a Henrik por un instante en el agua, sellando así el vínculo con la deidad. Cuando emergió, sintió una ligereza en el cuerpo, como si un peso invisible hubiera sido arrancado de su espíritu.

De pronto, el sonido de los tambores rompió el silencio con una fuerza avasalladora. Los batá comenzaron a resonar con un ritmo primitivo, vibrante, que penetró los huesos de Henrik como un latido antiguo, más antiguo que el propio tiempo. Los hombres del semicírculo comenzaron a danzar, sus cuerpos oscilaban con movimientos que parecían trascender el mundo físico.

Henrik sintió que la piel se le erizaba. Era un testigo ajeno a un misterio que no le pertenecía, pero que al mismo tiempo lo envolvía como una sombra inevitable. Juan Miguel tomó un puñado de tierra húmeda y, con ella, marcó líneas sobre la frente y el torso desnudo de Henrik.

—El vigía está contigo, pero si Osun cae, es señal de peligro —susurró el brujo—. Debes estar alerta, pues lo que te acecha aún no ha desistido. Aunque no eres un iniciado, Osun ha decidido acogerte bajo su protección. En la santería, durante la ceremonia de iniciación llamada "asentamiento", se entrega al iniciado una figura de Osun que deberá cuidar y respetar, convirtiéndose en un protector místico permanente.

Osun es la columna vertebral y la cabeza espiritual de la persona. Puede decirse que está compuesto por varias partes: el gallo, que representa la vitalidad; el plato, que lo sustenta a la tierra; la copa, que simboliza los cuatro puntos cardinales; la varilla, que representa las piernas que lo sostienen; y la base de tierra, que lo ancla en el plano físico.

Cada casa religiosa respeta el lugar donde debe estar Osun. No se asienta ni se sube, sino que debe ubicarse en un sitio seguro y alto, de donde no pueda ser tumbado. Si por alguna razón llegara a caerse, es un aviso de posible muerte, tanto para la persona como para su entorno familiar. En ese caso, se debe acudir de inmediato a la casa del padrino para recibir orientación. Otra interpretación de una posible caída es que Osun está advirtiendo sobre una amenaza inminente, lo que requiere consulta y guía espiritual. 

Su poder permite procurar estabilidad, obtener salud y dar desenvolvimiento a quien lo tiene. Desde lo alto, vigila y protege, avisando de posibles amenazas físicas o espirituales, y en su extrema advertencia, incluso de la muerte repentina. Es también una fuerza que puede ser invocada para atraer a una persona o fortalecer su destino. No tomes a la ligera su voluntad, pues su protección es tanto un honor como una responsabilidad.

Como Henrik había recibido la protección de Osun sin ser iniciado, Juan Miguel le instruyó en cómo atenderlo para mantener su amparo. Para atender a Osun es necesario conocer sus preferencias y respetar sus tabúes. Se le pueden ofrecer:

Paloma blanca rellena.

Orí (manteca de cacao).

Efún (cascarilla).

Otí (aguardiente).

Ramo de uvas.

Juan Miguel le explicó que, de vez en cuando, debía untarle manteca de cacao y cascarilla, colocarle un racimo de uvas y evitar rociarle aguardiente directamente.

También le indicó cómo realizar una limpieza en nombre de Osun:

Escribir su nombre y apellido en un papel blanco con lápiz de grafito.

Colocar el papel boca arriba en un plato blanco.

Untar manteca de cacao en un pañuelo blanco.

Hacer un merengue con huevos para que crezca bastante.

Colocar el merengue sobre el papel y espolvorear cascarilla y pedacitos de manteca de cacao.

Encender una vela, hacer una oración a Osun y cubrir con el pañuelo blanco, espolvoreando más cascarilla.

Antes de terminar la instrucción, Juan Miguel colocó una mano sobre el hombro de Henrik y le dijo con solemnidad: "Recuerda siempre estas palabras: ¡Osun bogbo ara! Él es quien te protege y te guiará, pero debes honrar su voluntad y nunca olvidar su presencia."

Estas enseñanzas quedaron grabadas en Henrik, quien comprendió que la protección no era solo un don, sino una responsabilidad que debía honrar.

Henrik no tuvo tiempo de responder. Uno de los hombres comenzó a entonar un canto en yoruba y, uno a uno, los demás se sumaron, llenando la ribera con una melodía mística que vibraba con la misma fuerza del río. Juan Miguel tomó un machete oxidado y lo alzó sobre la cabeza de Henrik, realizando cortes precisos en el aire para romper cualquier lazo espiritual que lo atara a las sombras que lo perseguían.

El brujo tomó una paloma blanca (eyelé), la elevó hacia el cielo y, con un gesto rápido, la ofreció en sacrificio a Osun. La sangre caliente cayó en el cuenco de barro donde se mezclaba con miel y cenizas de hojas sagradas. Con ella, trazó símbolos sobre el suelo y sobre la piel de Henrik.

—Ahora estás protegido. Pero debes tener cuidado. Hay fuerzas que trabajan contra ti —sentenció con gravedad.

La música continuó hasta que, poco a poco, fue menguando. La luz del sol ya bañaba por completo el río y el aire se sentía distinto, más ligero. Henrik sintió que un peso invisible se desprendía de sus hombros. Juan Miguel apagó las velas que ardían en la ofrenda y fijó su mirada en él.

—Vete ahora —ordenó—. Y recuerda: la protección no dura para siempre. Si las sombras persisten, tendrás que volver. Y de los hombres que te persiguen desde La Habana, no te preocupes, Osun los confundirá, los cegará y perderán tu rastro. Confía en su poder y respétalo siempre, porque solo así su vigía se mantendrá sobre ti.

Henrik se alejó del río con pasos lentos, sintiendo aún el calor de la sangre sobre su piel y el eco de los tambores en su pecho. Sabía que lo que había vivido no era una simple ceremonia, sino un pacto con fuerzas que iban más allá de su entendimiento. Caminó por las calles de Bayamo, con la sensación de que había ganado una batalla, pero no la guerra. ¿quién lo había marcado… y por qué?

Mientras se alejaba, una idea inesperada comenzó a germinar en su mente: viajar a Nigeria, al Osun-Osogbo Festival. Tal vez allí encontraría más respuestas sobre la senda que Osun le estaba trazando.

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Copyright © Henrik Hernandez 2025

La redacción e investigación de este artículo han contado con la asistencia de inteligencia artificial, utilizada desde julio de 2024.

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