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Los Hijos Invisibles

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Por Henrik Hernandez

Este relato es la continuación del texto publicado en Tocororo Cubano bajo el título: "El pasadíso de los vientos". En esa cuarta parte, Henrik se encuentra en una realidad alterna situada en un pasado remoto o futuro lejano, donde entra en contacto con una civilización desconocida y un idioma ancestral. Lo que sigue es el registro que, según se ha interpretado. 

Los Hijos Invisibles

Henrik emergió al otro lado del umbral y un aire distinto lo golpeó en el rostro: fresco, puro, cargado de vida. Ante él se abría un valle oculto entre montañas, donde cada hoja, cada rama, vibraba con un murmullo secreto.

Sombras humanas salieron de entre los árboles, rodeándolo sin un solo ruido. Sus movimientos eran tan ligeros que parecían fragmentos de viento con forma humana. Llevaban armas negras talladas con runas, y sus ojos lo examinaban con una mezcla de recelo y curiosidad.

De entre ellos avanzó una anciana de cabello blanco como espuma de mar y ojos grises de tormenta. Su voz no salió de su boca, sino del aire mismo.

—El aire canta en ti.

Henrik bajó la cabeza, sintiendo cómo la runa de su pecho ardía con fuerza.

—No lo entiendo del todo —confesó—. Solo sé que algo me ha despertado, algo más grande que yo.

La anciana lo tocó en la frente y respondió:

—Eso es suficiente. Quien busca comprender ya camina en la verdad.

Los guerreros lo miraron en silencio. No todos creían en él, pero ninguno pudo negar la runa luminosa que brillaba en su pecho.

La emboscada neumática

Un zumbido lejano quebró la calma. Del horizonte surgió un enjambre de drones, sus luces rojas explorando el bosque como cuchillas.

Yrsa, la anciana, levantó la mano. Los Hijos de Xarel alzaron sus armas neumáticas. No eran fusiles comunes: eran tubos negros con runas grabadas que pulsaban suavemente, como si respiraran.

El aire se tensó. Henrik contuvo el aliento.

Entonces, sin estruendo, sin fuego, solo con un murmullo seco, los proyectiles fueron liberados. Invisibles como corrientes de viento, volaron hacia el cielo.

Uno tras otro, los drones comenzaron a caer. Sus hélices se apagaban, sus cuerpos metálicos se desplomaban entre las ramas como aves abatidas. En segundos, el enjambre fue reducido a silencio y despojos humeantes.

Henrik estaba boquiabierto. Había presenciado la victoria de lo invisible sobre lo visible, del silencio sobre el ruido.

Yrsa lo miró.

—Así luchamos. Donde ellos traen fuego, nosotros traemos viento.

Henrik sintió que en su interior el Sello de Xarel vibraba en respuesta.

El primer disparo

Yrsa se volvió hacia él y pronunció solemnemente:

—El aire te ha aceptado, pero aún falta la prueba de la voluntad.

Un guerrero alto le entregó un arma neumática. El metal negro latía en sus manos, frío y vivo al mismo tiempo. Henrik tragó saliva.

—El aire no mata por sí solo —dijo Yrsa—. Necesita tu decisión.

Un nuevo dron apareció sobre el valle, surcando el cielo como un ojo rojo. Todos los guerreros giraron la mirada hacia Henrik. La prueba era clara: debía disparar.

El corazón le martillaba en el pecho. Recordó las pruebas del viento, del agua, del fuego. Recordó la voz de Xarel resonando en sus huesos. Sintió la vibración del aire dentro del arma, esperando.

Levantó el cañón, apuntó, apretó el gatillo.

No hubo explosión, solo un latido seco. El proyectil invisible cruzó el aire y un instante después el dron se estremeció, soltó un destello apagado y se precipitó al suelo como un pájaro muerto.

Henrik bajó el arma, con el pecho agitado. Sus manos temblaban, pero sus ojos ardían con un fuego nuevo.

Los Hijos de Xarel lo miraban en silencio. Luego un murmullo recorrió al grupo, mezcla de respeto y aceptación. Yrsa asintió con solemnidad.

—El viento te reconoce. El aire canta contigo.

Henrik comprendió que ya no era un extraño. Se había convertido en uno de ellos.

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© Henrik Hernandez, 2025. Bajo protección de la Ley Sueca de Derechos de Autor (Upphovsrättslagen, 1960:729).

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