Cultura

La leyenda de los cuatros reinos y la sangre que los unió

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Image by Luca_Cagnasso Pixabay

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Por Henrik Hernandez

(Inspirado en el mito taíno de la creación, el deseo y el sacrificio)

En las entrañas de Cacibajagua, donde la oscuridad cantaba con voz de agua, los seres origen aguardaban. Güey, el dador de luz, les había prohibido asomarse al mundo. Pero el destino siempre encuentra grietas.

Mácocael, el Vigilante Sin Párpados, se distrajo. Un rayo de sol lo alcanzó, convirtiéndolo en piedra. Otros, curiosos, fueron a pescar y se transformaron en jobos silvestres. Solo Yahubaba, quien recogía hierbas medicinales, tuvo un final distinto: sus brazos se alargaron en alas, su cuerpo se cubrió de plumas, y alzó el vuelo como el primer pájaro.

Cuando los cuatro reinos (piedra, planta, bestia y hombre) estuvieron completos, Güey creyó su obra terminada. De Cacibajagua emergieron los taínos, moldeados por sus rayos. Pero olvidó una cosa: el corazón humano es impredecible.

Guahayona, el audaz, engañó a su cuñado Anacacuya. Le mostró un cobo brillante bajo las aguas y, cuando este se inclinó, lo lanzó al mar. Luego, robó a todas las mujeres, llevándolas a Guanín, la isla donde el tiempo duerme.

Los niños, abandonados en la playa, lloraban con gritos de "toa, toa, toa". Güey, compadecido, los transformó en kokíes, ranas que anuncian las lluvias.

Los taínos, ahora sin mujeres, vagaban desesperados. Hasta que, en una noche de tormenta, vieron figuras pálidas descendiendo de los árboles. Eran hermosas, pero no tenían sexo: ni hombres ni mujeres, solo vacío donde debería estar la vida.

Los taínos intentaron tomarlas, pero sus cuerpos eran resbaladizos como peces. Fueron los caracoles de piel áspera quienes las atraparon, envolviéndolas en sus espirales.

Amarradas, las criaturas no podían dar placer. Hasta que...

Inriri Cahubabayael, el pájaro carpintero, se ofreció a ayudar.

Con su pico afilado, taladró cuatro agujeros sagrados en los seres andróginos. Cuatro lunas tardó en completar su obra, mientras la sangre brotaba como savia de árbol herido.

Cuando terminó, los taínos por fin tuvieron mujeres verdaderas. Pero el precio fue alto:

Cada luna, ellas sangrarían, recordando el dolor de su creación.

El carpintero, manchado para siempre, llevaría una gota roja en su pecho: la sangre de los que no eran.

Desde entonces:

Los kokíes lloran "toa, toa", llamando a madres que nunca volverán.

Las mujeres soportan su ciclo, mientras el carpintero marca el ritmo de la lluvia con su tambor de madera.

Y se dice que, si escuchas con atención, Güey aún susurra en el viento:

"Creé los reinos... pero fueron ustedes quienes crearon el dolor."

Gracias por leerme.
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