Gustavo: el español que sangra por Cuba
por Henrik Hernandezpublicado en
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Por Henrik Hernande - Tocororo Cubano
Gustavo no es cubano. Es español, nacido en un país donde la política se vive a veces con ironía, a veces con escepticismo, pero pocas veces con fe. Tal vez por eso su vínculo con Cuba —tan emocional, tan absoluto, tan visceral— lo atraviesa como una herida abierta. No habla desde la carencia material, sino desde un duelo político: ese tipo de dolor que nace cuando un ideal se resquebraja ante la realidad.
Llegó al chat sin aviso, empujado por una mezcla de indignación y tristeza. No venía a debatir; venía a defender el último bastión de sentido que le quedaba.
—¿Continuidad? ¡De Obama!
—Como tarden más en pensar, Cuba va a terminar llena de McDonald’s.
Era una alarma simbólica, no un análisis.
Y sin embargo, decía más de él que de Cuba. Los símbolos que elegimos para temer revelan las batallas internas que no hemos resuelto. Para Gustavo, McDonald’s no es una hamburguesa: es la rendición de un sueño, la disolución de la identidad, la victoria del mundo banal sobre la épica que él adoptó como propia.
Cuando mencionó los autos de lujo circulando por La Habana y las desigualdades emergentes, su tono dejó al descubierto algo más profundo: el choque entre la Cuba que él creyó conocer —la Cuba invencible, heroica, igualitaria— y la Cuba real, empobrecida, bloqueada, sometida a una economía fracturada por presiones internas y externas.
En su voz había angustia moral, no resentimiento.
—Lo único que me tranquiliza —escribió— es que Fidel y el Che no verán esta traición.
Y entendí entonces que su dolor no era económico.
Era espiritual.
Para Gustavo, Fidel es más que un líder político: es un maestro moral. El Che no es un guerrillero: es un faro ético. Ambos funcionan como brújulas en un mundo donde todo es incierto y negociable. Por eso su angustia es tan intensa: no está perdiendo un país, está perdiendo su norte simbólico.
Yo le respondí desde el único lugar posible: la serenidad.
Le hablé de la Helms-Burton, que impide incluso la entrada de empresas estadounidenses a la isla. Le recordé que el bloqueo no es una metáfora, sino una arquitectura jurídica que controla bancos, fraudes extraterritoriales, sanciones invisibles que estrangulan cualquier intento de reforma. Le expliqué que Cuba no puede moverse en el mundo multipolar con la libertad que él imagina, porque cada paso tiene un costo político y una repercusión financiera.
Pero Gustavo no estaba en modo analítico.
Estaba en modo existencial.
Sus mensajes tenían el ritmo del desamparo:
—Por desgracia, en Cuba no hay nadie con la inteligencia, el talento y la experiencia para llevar la Revolución a la victoria.
—Era tan fácil: seguir al pie de la letra las órdenes del Comandante.
Esta frase es crucial.
Marca el punto donde el idealismo se vuelve nostalgia y la nostalgia se convierte en sufrimiento.
Nadie que haya estudiado la historia cubana seriamente podría creer que Fidel dejó instrucciones mecánicas aplicables a cualquier época. Fidel dejó principios, no recetas; dejó flexibilidad, no rigidez; dejó audacia, no dogmas. Pero para Gustavo, Fidel representa la promesa de coherencia en un mundo fracturado. Y cuando la realidad no se ajusta a esa promesa, su dolor se multiplica.
Entonces apareció el reproche:
—Usted no están sin luz, sin agua, sin comida…
Era un golpe, sí, pero más doloroso para él que para mí. Era la ira del que se siente traicionado por la distancia. La distancia geográfica, la distancia emocional y la distancia entre lo que soñó y lo que ve.
Y ahí comprendí algo esencial:
Gustavo no habla solo por sí mismo.
Es la voz de muchos extranjeros que idealizaron la Revolución Cubana para llenar un vacío que sus propias sociedades no podían colmar. Cuba fue para ellos lo que tantas veces ha sido: un espejo moral, un refugio simbólico, un horizonte alternativo donde todavía era posible creer en la dignidad, la justicia y la resistencia.
Ahora ese espejo se les astilla en las manos.
Pero Cuba sigue ahí, peleando desde la complejidad, no desde la pureza.
Mientras Gustavo habla desde la nostalgia, la isla lucha desde la necesidad.
Mientras él exige coherencia, Cuba intenta sobrevivir a un cerco económico que condiciona cada decisión, cada reforma, cada titubeo, cada avance.
La conversación terminó sin respuestas definitivas.
Pero dejó una verdad clara: la Revolución Cubana trascendió sus fronteras.
Se volvió también patrimonio emocional de personas como Gustavo, que la aman con una intensidad dolorosa, como si amaran aquello que en sus propias vidas ya no existe.
Cuba les enseñó a creer.
Y ahora muchos no saben cómo manejar la incertidumbre de verla transformarse.
Quizá ese sea, al final, el precio de los símbolos vivos: no siempre se comportan como quienes los aman desean que lo hagan.
Pero también es su grandeza: siguen vivos.
Glosario de términos clave:
Economía de guerra permanente: condición estructural de Cuba debido al bloqueo, que obstaculiza la planificación económica de largo plazo y genera ciclos de crisis recurrentes.
Helms-Burton (Ley 1996): ley estadounidense que codifica el bloqueo y extiende su alcance extraterritorial, castigando a empresas de terceros países que comercien con Cuba.
Desigualdad emergente: fenómeno reciente asociado a MIPYMES, remesas y mercados duales en un contexto económico restrictivo.
Duelo político: estado emocional de quienes sienten que un proyecto en el que creyeron profundamente se deteriora o se transforma de manera inesperada.
BRICS: bloque económico al que Cuba ha solicitado integrarse para escapar de la dependencia financiera occidental.
Idealización revolucionaria: proyección emocional que muchos extranjeros colocan sobre Cuba como modelo moral frente al capitalismo.
Gracias por leerme.
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