Guerra psicológica para quebrar la esperanza nacional y desestabilizar a través de la narrativa del colapso
por Henrik Hernandezpublicado en
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Por Henrik Hernandez
Introducción: cuando la guerra se libra en la mente
En los momentos de mayor dificultad, la batalla por la mente de un pueblo se vuelve tan decisiva como cualquier conflicto económico o político. No todas las guerras se hacen con armas ni con sanciones: algunas se libran con palabras cuidadosamente diseñadas, emociones manipuladas, imágenes elaboradas y discursos que buscan producir un impacto profundo en la percepción colectiva. Cuba enfrenta hoy una ofensiva de guerra psicológica cuyo objetivo central es quebrar la esperanza nacional, desmoralizar a la población y sembrar la convicción de que el país está condenado a un colapso inevitable.
El audio: una pieza profesional de manipulación emocional
El ejemplo más reciente de esta estrategia es el audio atribuido al sacerdote Alberto Ríos. Independientemente de su autenticidad, su construcción formal revela que no se trata de un mensaje pastoral ni espontáneo, sino de una pieza política destinada a provocar indignación, desesperanza y ruptura emocional con las instituciones del país. Se presenta como un desahogo personal, lo que reduce la resistencia del oyente. Pero enseguida articula un mandato categórico: “Váyanse. Por favor, váyanse.” Este imperativo no es un análisis, sino un llamado a la expulsión simbólica del gobierno.
La enumeración del desastre como arma psicológica
El núcleo emocional del discurso está en la lista ininterrumpida de desgracias: apagones, falta de combustible, escasez de alimentos, crisis sanitaria, deterioro educacional, emigración masiva, rupturas familiares, envejecimiento poblacional y muerte. Esta sucesión no está construida para describir la realidad con equilibrio, sino para producir saturación emocional. Se trata de una técnica llamada sobrecarga emocional secuencial, cuyo fin es inducir la sensación de que la vida en el país es un caos irreversible donde nada funciona ni funcionará.
La negación del futuro como estrategia de ruptura
Luego de saturar emocionalmente al oyente, el discurso pasa a negar la posibilidad de futuro: “No tienen proyecto de nación”, “Nunca podrán resolver nada”, “Ya no representan esperanza”. Esta negación absoluta no busca reflexión, sino ruptura. Construye la idea de que la continuidad del país es imposible dentro del marco actual, y que la única salida viable implica expulsión o colapso. Aquí la retórica se vuelve totalizante: todo lo que existe se presenta como fallido, agotado y moralmente inválido.
La criminalización extrema: el uso político del término "genocidio"
La parte más peligrosa del discurso surge cuando el orador introduce términos como “crímenes de lesa humanidad” y “genocidio silente”. El uso de estos conceptos —que en el derecho internacional tienen un peso enorme— no es inocente. Equiparar la crisis económica a un “genocidio” es una distorsión deliberada que busca movilizar indignación moral, activar imaginarios de castigo y presentar al Estado cubano como criminal ante los ojos de su propio pueblo y de la comunidad internacional. Esta es una táctica típica en las guerras híbridas: deslegitimar moralmente al oponente hasta convertirlo en objeto de expulsión.
La incitación indirecta a la violencia
Aunque el orador afirma no promover la violencia, advierte que el pueblo podría levantarse “con furia incontenible” y “arrasarlo todo a sangre y fuego”. Esta contradicción es típica de la incitación encubierta: se sugiere un horizonte violento, se naturaliza su posibilidad y se presenta como consecuencia inevitable si el gobierno no “se va”. La responsabilidad moral se desplaza del incitador a la población, dejando la puerta abierta a escenarios de caos.
La función estratégica: quebrar la esperanza nacional
El propósito del discurso no es reflexionar, sino herir emocionalmente. Busca desmoralizar, inducir desesperanza aprendida y consolidar la idea de que no existe salida posible dentro del proyecto nacional. La narrativa del colapso pretende romper la resiliencia histórica del pueblo cubano, generando una población vulnerable, despolitizada o predispuesta a la emigración y a la ruptura social. Cuando un pueblo pierde esperanza, pierde su capacidad de resistencia colectiva.
¿Por qué estos discursos aparecen ahora?
Este tipo de mensajes se lanza en momentos de dificultad porque el terreno emocional es más propicio: el estrés, la tensión cotidiana y la frustración amplifican su impacto. En un contexto de crisis, la narrativa del colapso se viraliza con rapidez y puede convertirse en un arma para erosionar la cohesión nacional. Los actores que producen estos contenidos conocen perfectamente el efecto psicológico que generan y aprovechan ese estado emocional generalizado.
Cómo funciona una operación de “colapso narrativo”
Este tipo de discurso responde a un patrón que se ha visto en otros escenarios de desestabilización: identificar un momento de dolor social, introducir una voz aparentemente neutral o moral, describir un país en ruinas, atribuir toda la responsabilidad al gobierno y concluir con la necesidad de ruptura total. Es una estructura que reproduce esquemas de revoluciones de colores y campañas psicológicas de desgaste prolongado.
Cómo defenderse de la guerra psicológica
La defensa comienza por entender la operación. Una población capaz de identificar la manipulación emocional es una población invulnerable a ella. Cuba necesita alfabetización simbólica y emocional para que cada ciudadano pueda reconocer cuándo se intenta inducir desesperanza o construir un clima artificial de colapso. También se necesita serenidad en la respuesta: desmontar con claridad, datos y análisis, sin replicar la retórica emocional del ataque. La esperanza debe ser protegida como un bien colectivo, no como un optimismo ciego, sino como la memoria histórica de lo que el pueblo ha superado y construido.
Papel histórico de la Iglesia en otras crisis
A lo largo de la historia, cuando la Iglesia ha intervenido directamente en conflictos políticos mediante discursos de crisis, las consecuencias han sido profundas y, en muchos casos, peligrosas. Ejemplos como Polonia en los años 80, la participación de sectores eclesiásticos en Filipinas contra Marcos, o el rol de algunos sacerdotes en Nicaragua y Venezuela muestran cómo las voces religiosas pueden convertirse en catalizadores de tensión, no siempre en función del bien común, sino en función de agendas externas o facciones internas.
En todos estos casos, la autoridad espiritual fue utilizada para legitimar movilizaciones políticas, acelerar climas de confrontación y conferir un aura moral a proyectos de cambio impulsados desde fuera del marco institucional. Estos episodios, estudiados ampliamente por la sociología política y la teología social, han llevado al propio Vaticano a advertir que la Iglesia debe evitar convertirse en actor de polarización o en instrumento de fuerzas geopolíticas.
Cuando un sacerdote abandona su misión pastoral para encabezar discursos de colapso, deja de hablar como mediador y se transforma en parte del conflicto.
Partes en el conflicto cubano
En el escenario cubano contemporáneo, el conflicto esencial se estructura entre dos polos claramente definidos. Por un lado se encuentra el Estado cubano, con sus instituciones, su proyecto de soberanía nacional y su legitimidad histórica. En el otro extremo opera un entramado externo compuesto por el gobierno de Estados Unidos y las mafias anticubanas radicadas en el exterior, responsables de financiar, promover y amplificar la narrativa del colapso como herramienta de presión política. A este enfrentamiento principal se suman de manera secundaria ciertos individuos cubanos —dentro y fuera del país— que, por diversas motivaciones personales o ideológicas, adoptan la posición de ese polo externo y reproducen su discurso. Aunque dispersos, estos actores individuales no constituyen una fuerza propia: actúan como extensiones discursivas del proyecto anticubano y le brindan una apariencia de legitimidad interna.
Voces religiosas: una forma sofisticada de guerra psicológica
En definitiva, el uso de voces religiosas para amplificar narrativas de crisis constituye una de las formas más sofisticadas de guerra psicológica contemporánea.
No solo manipula la fe del pueblo, sino que sustituye la misión espiritual por una agenda política de confrontación, revestida de un aura moral que no le corresponde. Cuando un discurso pastoral se transforma en un mensaje de colapso, desesperanza y expulsión política, ya no es un acto de fe: es una operación emocional destinada a erosionar la cohesión de la nación y debilitar su capacidad de resistencia.
El Vaticano —con siglos de experiencia en crisis sociales y políticas— advierte precisamente contra este tipo de desviaciones, porque sabe que cuando la religión se instrumentaliza de manera partidista, deja de unir y comienza a dividir. Cuba necesita, especialmente en tiempos difíciles, voces que acompañen, no que incendien; voces que eleven, no que desmoralicen; voces que llamen a la vida, no al colapso. La esperanza del pueblo cubano, su memoria histórica y su sentido profundo de dignidad no pueden quedar al arbitrio de discursos diseñados para quebrarlo desde dentro.
Defender la esperanza es, hoy más que nunca, defender la nación.
El uso geopolítico de voces religiosas en guerras híbridas
En el marco contemporáneo de las guerras híbridas, las voces religiosas pueden ser utilizadas como herramientas de enorme poder simbólico para desestabilizar gobiernos, amplificar descontento social y reforzar narrativas de ingobernabilidad. Actores externos —políticos, mediáticos o financiados desde el extranjero— pueden instrumentalizar mensajes religiosos para dar una apariencia de legitimidad moral a agendas políticas de ruptura, sabiendo que el peso espiritual de un sacerdote o pastor tiene un impacto emocional mucho mayor que el discurso de un activista o un opositor tradicional. Esta táctica, documentada en estudios de operaciones psicológicas, funciona porque mezcla el dolor real de la crisis con un mensaje que viene investido de “autoridad divina”, creando un efecto de resonancia emocional difícil de contrarrestar.
Por eso el Vaticano insiste en que los sacerdotes deben abstenerse de convertirse en voceros del colapso, pues en contextos de crisis económica un discurso religioso puede servir —consciente o inconscientemente— como catalizador de desestabilización, abriendo espacio para agendas externas que nada tienen que ver con la misión espiritual de la Iglesia ni con el bienestar real del pueblo.
Conclusión: desmontar la mentira para defender la esperanza
Este discurso, sea o no auténtico, no es un mensaje religioso ni un desahogo individual: es una pieza elaborada de guerra psicológica.
Su finalidad es presentar el colapso como destino inevitable, inducir ruptura emocional y utilizar la fe como vehículo para transmitir desesperanza.
La respuesta no es negar dificultades reales, sino entender que la manipulación busca destruir la voluntad colectiva de resistir. Un pueblo que comprende cómo se intenta manipularlo es un pueblo libre de toda manipulación. Y un pueblo que preserva la esperanza —no como consigna, sino como convicción histórica— es un pueblo que nunca podrá ser derrotado.
Glosario de términos clave:
Guerra psicológica: Conjunto de acciones diseñadas para influir en las emociones, percepciones y comportamientos de una población con el fin de desestabilizarla, inducir miedo, desesperanza o rechazo hacia sus instituciones.
Narrativa del colapso: Discurso estructurado para transmitir la idea de que el país está en ruinas irreversibles, que nada puede mejorar y que la única salida es la ruptura total del orden existente.
Desesperanza aprendida: Estado psicológico colectivo donde la población, tras recibir mensajes continuos de fracaso, llega a creer que ninguna acción puede mejorar la situación, generando pasividad o fuga.
Sobrecarga emocional secuencial: Técnica retórica consistente en enumerar múltiples desgracias de forma continua para saturar emocionalmente al oyente y predisponerlo a aceptar conclusiones extremas.
Negación inoculada: Estrategia persuasiva en la que se niega explícitamente la intención agresiva o violenta justo antes de emitir un mensaje que sí es agresivo. Sirve para reducir la resistencia psicológica del receptor.
Incitación indirecta: Forma de estimular comportamientos violentos o rupturistas sin llamarlos explícitamente, usando frases como “el pueblo podría levantarse”, “esto podría terminar mal”, etc.
Guerra híbrida: Tipo de confrontación que combina elementos de presión económica, mediática, política, simbólica, diplomática y psicológica para erosionar la estabilidad de un Estado.
Operación psicológica (PSYOP): Acción organizada para influir en las emociones y en la conducta de un público objetivo mediante discursos, imágenes o narrativas cuidadosamente diseñadas.
Apocaliptismo inducido: Construcción discursiva que presenta el futuro del país como fatal e inevitable, con el fin de generar miedo, ansiedad y predisposición a cambios radicales.
Deslegitimación moral: Proceso de presentar a un gobierno o institución como inherentemente inmoral, criminal o incapaz, a fin de justificar simbólicamente su expulsión del poder.
Fuentes consultadas:
Campbell, H. A. (2012). Understanding the relationship between religion online and offline in a networked society. Journal of the American Academy of Religion, 80(1), 64–93.
https://doi.org/10.1093/jaarel/lfr074
Prier, J. (2017). Commanding the trend: Social media as information warfare. Strategic Studies Quarterly, 11(4), 50–85. https://www.airuniversity.af.edu/Portals/10/SSQ/documents/Volume-11_Issue-4/Winter2017.pdf
Fuentes recomendadas:
Briant, E. L. (2015). Propaganda and counter-terrorism: Strategies for global change. Manchester University Press. https://www.manchesterhive.com/display/9781847799630/9781847799630.xml
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