Espía en formato de "preso de conciencia"
por Henrik Hernandezpublicado en
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Por Henrik Hernandez
Parece que en el mercado de las virtudes occidentales hay nueva oferta: traición con aroma de libertad y espionaje en formato “preso de conciencia”. Ernesto Borges, exoficial de contrainteligencia, intentó entregar secretos de Estado a una potencia extranjera… pero no te preocupes, porque según ciertos medios, en realidad solo quería "salvar al mundo". En esta entrega de Tocororo Cubano, desmenuzamos cómo se cocina un mártir mediático a fuego lento, con ingredientes de victimismo, propaganda y mucha, mucha desmemoria.
Reality show
En un mundo donde los influencers opinan de geopolítica y los reality shows escogen presidentes, no debería sorprendernos que el espionaje sea presentado como un gesto de valentía cívica. Y sin embargo, aquí estamos: celebrando la liberación de Ernesto Borges como si de un nuevo Mandela se tratara… solo que en lugar de luchar contra el apartheid, lo suyo fue más bien un intento de exportar lista de agentes secretos, versión lista de supermercado, al mejor postor.
Capítulo I: El espía que quiso ser héroe (pero se le adelantó la Seguridad del Estado)
Ernesto Borges, joven promesa de la Contrainteligencia cubana, tuvo una idea brillante: ¿y si entrego un listado de 26 agentes encubiertos a una oficina extranjera y así me gano un lugar en el Hall de la Fama de la CIA? Mala suerte. Fue descubierto antes de estrenar su carrera como "topo freelance".
Con apenas 32 años, se le acusó de espionaje en grado de tentativa. ¡Y ojo! No fue por escribir un tuit incendiario ni por tocar guitarra en una peña independiente: fue por intentar entregar información sensible a la potencia que, casualmente, mantiene un bloqueo económico contra su propio país. Un gesto patriótico… para el anticubanismo en Miami y Europa.
Capítulo II: La metamorfosis del traidor en preso político (por obra y gracia del marketing mediático)
La sentencia inicial fue la pena de muerte. Pero Cuba, tan cruel según sus detractores, se la conmutó por 30 años de prisión. ¡Humanidad intolerable!
Pasaron los años y Borges, encerrado en condiciones carcelarias (no en el Hotel Nacional), se convirtió en un símbolo. ¿De qué? No queda claro. Pero “preso político” suena mejor que “espía frustrado con delirios de James Bond”.
En 2012 hizo una huelga de hambre. O eso dicen. Porque como toda huelga mediática de este tipo, duró hasta que alguien prometió algo. En este caso, el cardenal Ortega. Raúl Castro, según fuentes de su padre, respondió con diplomacia tropical: “los exmilitares presos son cosa mía”. Lo cual fue interpretado como “negativo con salsa criolla”.
Capítulo III: ¡Libre al fin! (pero sin Netflix… aún)
Ahora, 27 años después, la historia tiene su clímax. Borges, con la salud resentida y sin abrazar a su hija desde que era una niña (la niña ya puede votar), fue liberado. La prensa opositora, fiel a su guion de lágrimas y dramatismo, preparó el titular: “El preso de Castro sale a la luz tras décadas de tortura”.
Lo que no dicen es que en cualquier otro país del planeta, este tipo de delito habría significado exactamente lo mismo o peor. Pero claro, si lo hace un cubano, automáticamente es un acto de conciencia. Si lo hiciera un ciudadano estadounidense, le cae la Espionage Act y lo vemos esposado en Guantánamo, sin visita familiar, ni misa, ni entrevista en CubaNet.
Epílogo: El mártir que nunca fue (pero que venderá bien en Miami)
Ahora toca esperar el libro, la serie y las entrevistas. Ya lo imagino: "Borges: el hombre que quiso salvar la democracia desde una celda tropical". O algo más realista: "Cómo casi fui un espía famoso y acabé en el Combinado del Este".
Pero no seamos injustos. Borges ha pagado su condena. Puede reconstruir su vida. Lo que no se puede es reconstruir la historia con silicona mediática. Porque si empezamos a llamar virtudes a las traiciones, acabaremos aplaudiendo a los que venden su patria por un pasaje a la Florida y una entrevista con el influencer de turno.
Y eso, aunque lo disfracen con notas llorosas, sigue siendo lo que siempre fue: una vergüenza.
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