Cultura

El Pasajero en el umbral

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***

Henrik, cansado pero determinado, observaba al responsable de la aerolínea con una mezcla de frustración e incredulidad. Había planeado meticulosamente su viaje a Cuba, sabiendo que la burocracia de viajar con dos pasaportes —el sueco y el cubano— siempre traía consigo ciertos inconvenientes. Sin embargo, jamás imaginó que el obstáculo más grande sería la discrepancia en los nombres y apellidos que ambos documentos portaban: Henrik en su pasaporte sueco y Jesús en el cubano. Para el sistema, eran dos personas diferentes, y ese pequeño detalle estaba a punto de dejarlo varado.

—Señor, no puedo permitirle abordar el avión —insistió el responsable, sosteniendo ambos pasaportes con una expresión de desconcierto que no parecía dispuesta a cambiar. La fila detrás de Henrik comenzaba a moverse impacientemente, y el reloj jugaba en su contra.

—Entiendo —respondió Henrik, intentando mantener la calma—, pero yo puedo entrar a Cuba con mi pasaporte cubano, sin necesidad de visa. Puedo salir de Suecia con el sueco, todo está en regla. Solo que, bueno… los nombres no coinciden.

El encargado sacudió la cabeza, aferrado a las reglas internacionales que impedían abordar a alguien cuya identidad no estaba clara. Las palabras de Henrik parecían chocar contra un muro de incomprensión. Su ansiedad crecía; el cansancio del viaje comenzaba a apoderarse de él. ¿Qué haría si no le permitían embarcar?

Fue entonces cuando, de la nada, dos jóvenes aparecieron a su lado. Vestidos con impecables trajes y una elegancia que casi resultaba irreal, parecían completamente ajenos al caos del aeropuerto. Mientras todo el mundo seguía apresurado, ellos se movían con una calma absoluta, como si estuvieran fuera del tiempo.

Uno de ellos, hablando en un inglés perfecto, dirigió su atención al responsable de la aerolínea con una voz que transmitía autoridad y amabilidad en partes iguales.

—Señor, creemos que puede hacer una excepción en este caso. Este hombre debe abordar su vuelo, y no hay necesidad de mayores problemas.

Los jóvenes intercambiaron una breve mirada, y antes de que el responsable pudiera responder, lo invitaron a conversar en privado. Se alejaron hacia una zona discreta del aeropuerto, fuera del alcance de oídos curiosos. Henrik los observaba, incrédulo. No tenía ni idea de qué estaban diciendo, pero algo le decía que esos dos hombres no eran personas comunes. ¿Quienes eran? ¿Qué sabían de su situación? ¿Por qué les importaba ayudarlo?

Cuando el encargado regresó, su expresión había cambiado por completo. Era como si todo su recelo se hubiera desvanecido. Sin decir una palabra más, tomó los pasaportes de Henrik, estampó los documentos necesarios y se los devolvió con un gesto cordial.

—Todo en orden, señor. Puede proceder a la puerta de embarque.

Henrik apenas logró articular un agradecimiento. Aún atónito, se dirigió hacia la puerta, pero antes de cruzarla, buscó con la mirada a los dos jóvenes. No estaban allí. Habían desaparecido tan rápido como habían llegado, y el misterio de su intervención se quedó flotando en el aire.

Ya a bordo del avión, Henrik intentaba procesar lo ocurrido. Sus pensamientos iban y venían en espiral. ¿Quiénes eran esos hombres? ¿Qué había cambiado en la mente del responsable tras aquella breve conversación? Mientras los demás pasajeros se acomodaban y la tripulación ultimaba los preparativos para el despegue, Henrik se daba cuenta de que había muchas preguntas sin respuesta, y tal vez nunca las tendría.

De repente, el mismo responsable de la aerolínea apareció frente a él. Henrik lo observó, y antes de que pudiera decir algo, el hombre se inclinó ligeramente hacia él, extendiéndole la mano.

—Buen viaje, señor —murmuró, con una sonrisa nerviosa. Luego, en voz baja, añadió—: No lo sabía… disculpe.

Henrik no tuvo tiempo de responder. El hombre se alejó rápidamente, como si su presencia junto a Henrik fuera una extraña casualidad. El avión comenzó a moverse, y las palabras del encargado reverberaban en su mente: “No lo sabía…”. ¿Qué no sabía? ¿Y por qué se disculpaba? Nada tenía sentido, y el enigma de los dos jóvenes no hacía más que agravar su desconcierto.

El avión aterrizó en La Habana con la misma suavidad que lo había sacado del suelo sueco. El calor tropical lo envolvió mientras caminaba hacia el control de fronteras. Aunque había logrado embarcar, la sensación de que algo extraño estaba ocurriendo no lo abandonaba. Sus pasaportes, con sus nombres, Henrik y Jesús, seguían quemando sus manos.

Al llegar a la taquilla de control, una joven oficial lo recibió con una sonrisa profesional. Le pidió que se quitara los espejuelos y se pusiera frente a la cámara de seguridad. Henrik obedeció sin pensar demasiado en ello, pero la reacción de la oficial lo desconcertó.

Después de revisar los datos en su monitor, la joven dejó escapar un audible “uff”, mientras empujaba la silla hacia atrás, alejándose del ordenador con una mezcla de sorpresa y nerviosismo.

—¿Hay algún problema? —preguntó Henrik, sintiendo una tensión creciente en su estómago.

La oficial, claramente intentando recomponerse, negó con la cabeza.

—No, no hay ningún problema —respondió, devolviéndole los pasaportes con una sonrisa forzada—. ¡Bienvenido a la Patria!

Las palabras resonaron en sus oídos y luego en su mente. Henrik tomó sus documentos y se dirigió hacia la salida del aeropuerto. ¿Qué había visto la oficial en la pantalla? ¿Por qué esa reacción? Las dudas y el misterio parecían perseguirlo, envolviéndolo como una niebla que no podía disipar.

Mientras caminaba hacia la salida, una sola pregunta martillaba en su mente: ¿Quiénes eran esos hombres? Tal vez el misterio no había terminado, sino que recién comenzaba.

Las dudas y el misterio parecían perseguirlo, envolviéndolo como una niebla que no podía disipar.

Cuando finalmente cruzó el umbral de la puerta de salida del aeropuerto, con el calor de La Habana envolviéndolo, sintió que el viaje había llegado a su fin. Sin embargo, justo antes de que pudiera alejarse de la multitud, una voz resonó detrás de él.

—Señor Henrik...

Henrik se detuvo en seco, el eco de su nombre lo alcanzó como una sombra inesperada. Giró lentamente, pero no había nadie que pareciera haberlo llamado. Un frío escalofriante recorrió su columna vertebral, helándole la piel, mientras una punzada de inquietud se enroscaba en su estómago.

Algo invisible lo atenazaba. El misterio, lejos de disiparse, parecía solo estar comenzando.

***

Esperamos que este relato haya despertado su curiosidad y lo haya llevado a explorar más allá de lo evidente. Siga con nosotros para descubrir más historias donde lo real y lo desconocido se encuentran.

¡Le deseamos un maravilloso momento con cada palabra y misterio que comparta con nosotros!

Copyright © Henrik Hernandez 2024

 

 

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