El guerrero y la maldición del gavilán
por Henrik Hernandezpublicado en
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Por Henrik Hernandez
(Leyenda inspirada en mitos taínos y folclore cubano)
La selva calló.
Bajo un cielo plomizo, cargado de presagios, Guamá, el más temido guerrero taíno, tensó su arco. Ante él, posado en una rama sagrada, el gavilán de Maroya lo observaba con ojos dorados, como dos lunas diminutas. Su plumaje, gris como la ceniza de los antepasados, brillaba bajo los últimos rayos del sol.
—"No lo hagas"— susurró el viento, llevando la voz del behique. "El que derrame sangre del mensajero de los dioses, llevará su carga por eternidades."
Pero Guamá, orgulloso, desoyó el augurio. Con un suspiro de aire cortante, la flecha partió.
El impacto resonó como un trueno. El gavilán cayó, graznando un canto de agonía que heló la sangre de la tribu. Entonces... el mundo estalló.
Las nubes se desgarraron en rojo, y un rayo, más brillante que el relámpago de Guabancex, cayó sobre Guamá. Sus manos, otrora fuertes como el guayacán, se carbonizaron. El dolor lo dobló, pero antes de que pudiera gritar, el gavilán, con su último aliento, habló:
—"Ahora, guerrero, llevarás mis alas... y mi maldición. Hasta que la Luna te absuelva, serás lo que hoy destruiste."
Los huesos de Guamá crujieron, retorciéndose como ramas en una tormenta. Su piel se rasgó en plumas, sus uñas se afilaron en garras, y su boca se alargó en un pico afilado. Cuando intentó gritar, solo escapó de su garganta un silbido agudo, el mismo que había escuchado tantas veces en las alturas.
Ante él, el mundo se transformó. Los colores se volvieron más vivos, los sonidos más nítidos, y un hambre nueva, feroz, le ardía en el pecho.
Sin control, sus alas se extendieron, y el instinto lo arrojó al vacío.
El viento lo atrapó.
Y por primera vez en su vida, Guamá... voló.
Desde entonces, el gavilán gris no descansa.
De día, caza con furia, destripando iguanas bajo el sol, recordando su antigua sed de batalla. Su sombra cruza los yucayeques, y los niños taínos corren a esconderse cuando su grito rasga el silencio.
Pero de noche, cuando Jigüe, el demonio de las sombras, emerge para robar sueños y almas, el gavilán se convierte en guardián. Persigue al ente maldito entre los árboles, sus plumas brillando con un resplandor fantasmal, protegiendo a los que una vez abandonó.
Fue en una noche de luna llena, cuando el destino de Guamá cambió para siempre.
Jigüe, retorciéndose como humo negro, se arrastró hacia un bohío donde una niña dormía, inocente y ajena al peligro. El gavilán lo vio acercarse, y algo dentro de él—el último vestigio de Guamá—ardiò.
Como chillido que partió la noche, se lanzó en picada.
Las garras del gavilán se clavaron en el rostro espectral de Jigüe. El demonio aulló, retorciéndose, pero entonces... las plumas de Guamá brillaron. No con la luz del sol, sino con el resplandor plateado de Maroya, la diosa de la noche.
—"¡No tocarás a los míos!"— parecía gritar el ave.
Y con un estallido de luz, Jigüe se desintegró en mil fragmentos de oscuridad.
Al amanecer, la tribu encontró el suelo sembrado de plumas grises, algunas manchadas con una sustancia negra y espesa como brea. La niña estaba a salvo.
El behique, al ver las plumas, sonrió con lágrimas en los ojos.
—"La Luna lo ha perdonado"— murmuró.
Pero aún hoy, cuando el sol se oculta y el gavilán grita en la distancia, los ancianos taínos susurran:
"Es Guamá, advirténdonos...
...que la sangre de los dioses no debe derramarse."
Y en las noches de tormenta, si miras al cielo, quizás veas su silueta cruzando los relámpagos, eterno, libre... pero nunca en paz.
Gracias por leerme.
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