El Gavilán de Maroya
por Henrik Hernandezpublicado en
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Por Henrik Hernandez
(Leyenda inspirada en mitos taínos y folclore cubano)
En los días en que la Isla aún no se llamaba Cuba, cuando los hombres de maíz y las mujeres de guayaba vivían bajo el mandato de los cemíes, existía un gavilán de plumas color de tormenta. No era un ave común: sus ojos brillaban como el ámbar, y en sus garras llevaba el peso de un secreto.
Los taínos lo llamaban Guamá Catibo ("el que vigila en lo alto"), porque era el guardián elegido por Maraya, la diosa de la noche y la Luna, para custodiar el reflejo de Karaya,(Luna) en la Tierra. Karaya era un ojo de Atabey (diosa madre) que vigilaba a los humanos de noche y los protegía con su reflejo de Güikú, la oscuridad tangible, que era el manto que Jigüe usaba para esconderse de Karaya.
Cada noche, cuando Maroya descendía a bañarse en los bayra (ríos) de las montañas, el gavilán extendía sus alas sobre los árboles, ahuyentando a Jigüe, el espíritu oscuro, que quería robar su luz para sumir al mundo en la eterna güikú (oscuridad).
Cuando Karaya (la luna) tocaba las aguas, estas brillaban con yara (luz plateada), y todas las criaturas se vivificaban: los manatíes cantaban en las profundidades, las hutías dejaban de roer frutas para beber el rocío sagrado, los behiques recogían el agua bendita (mini-baira) en jícaras de higüera, orando en forma de murmullo:
— "Atabey, madre de las aguas, purifica a nuestro pueblo como Maroya purifica la noche".
Los taínos, entonces, encendían antorchas de resina para guiar a Karaya de vuelta al cielo, mientras el gavilán —oculto entre las sombras— vigilaba que ningún maboya (espíritu maligno) profanara el ritual.
Un día, Bayaco, un joven cazador, desafió la prohibición de mirar a la Luna directamente. Quería llevarse su brillo para iluminar su bohío. Sigiloso, siguió al gavilán hasta la laguna sagrada donde Maroya danzaba. Pero Jigüe, astuto, se le apareció como una sombra y le susurró:
— "Roba solo una de sus plumas de plata, y tendrás luz para siempre".
Bayaco, cegado por la ambición, intentó arrebatarle una pluma a Maroya. En ese instante, el gavilán se lanzó en picada, clavando sus garras en el hombro del joven. "¡Has roto el pacto!", trinó el ave, y con un aletazo, lo elevó hasta las nubes. Maroya, triste, lo condenó a volar entre el día y la noche:
— "Serás mitad sombra, mitad luz. Recordarás tu error cada vez que la Luna llore en el rocío".
Desde entonces, el Gavilán Cubano vuela al atardecer y al amanecer, buscando a Maroya para pedir perdón. Los taínos dicen que su grito agudo es el lamento de Bayaco, y que quien lo escuche debe dejar una ofrenda de tabaco para apaciguar su culpa.
Y tú, si alguna vez ves un destello plateado en sus alas, es Maroya susurrándole que un día, cuando todos los hombres aprendan a respetar, volverá a ser libre.
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