Cultura

El cuenco y la sombra

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Imagen generada por la AI Sofia.

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Por Henrik Hernandez

(Una historia cargada de presagios, misterio y fuerzas ancestrales)

Al atardecer del otro día, Henrik arribó al aeropuerto José Martí. Presentó sus documentos en el área de check-in. Una criollita de sonrisa dulce hojeó su pasaporte, arrugado por la humedad del accidente. Sus ojos brillaron con un conocimiento que Henrik no entendió.

—Tu pasaporte está dañado —dijo, mostrándole las páginas deformadas.

—Déjame pasar, por favor —suplicó Henrik—. No quiero más demoras ni gastos.

Ella lo miró largo rato. Luego sonrió.

—He recibido órdenes de que pases sin contratiempos.

—¿Órdenes? ¿De quién?

Ella no respondió. Solo le devolvió el documento con un gesto que parecía decir: Tú ya lo sabes.

—Buen viaje… y pronto regreso a la patria.

No supo por qué, pero recordó de inmediato las palabras de Juan Miguel:
"Si Osun cae, es señal de peligro."

Henrik cruzó los controles de rutina. Todo parecía fluir con normalidad. Pero al tomar asiento frente a la puerta de embarque, percibió algo extraño: una pareja con un niño lo observaba. No con hostilidad, pero con atención. Como si supieran quién era.

El vuelo Habana–Madrid le pareció corto. Durmió profundamente, sin recordar el despegue ni el trayecto. No comió, no bebió. Solo durmió. Como si alguien le hubiese silenciado los sentidos.

En Barajas, se encontró con una muralla de máquinas que exigían verificación biométrica. Colocó el pasaporte sobre la pantalla verde. Nada. Lo intentó otra vez. Nada.

Un asistente se acercó y repitió el intento bajo su supervisión. Tampoco funcionó.

—Sígame, por favor —le dijo el joven.

Lo condujo hacia un extremo del recinto, donde lo esperaban varios hombres uniformados. Guardias civiles, o algo parecido. Uno de ellos, de porte sobrio y voz seca, tomó su pasaporte.

Lo hojeó con detenimiento. Sus dedos no pasaban páginas: las interrogaban, como si cada arruga, cada mancha de humedad, pudiera delatar un secreto.
Se detuvo en una, exhaló con lentitud y entonces levantó la mirada, clavando los ojos en Henrik con una intensidad que helaba la sangre.
No era la mirada de un funcionario.
Era la de alguien que sabía más de lo que debía.

—¿Sabes por qué no hay reconocimiento en los escáneres?

—No —respondió Henrik, tragando saliva.

—Joder, hombre... tu pasaporte es una mierda.

Henrik titubeó. Abrió la billetera y mostró su carné de identidad sueco. El agente lo miró de reojo y bufó con media sonrisa.

—Hoy es tu día de suerte, sueco. No sé cómo te dejaron pasar en La Habana.

Le devolvió los documentos. Una leve palmada en el hombro, una sonrisa que no tranquilizaba del todo… y el camino se abrió.

Henrik avanzó hacia su nueva puerta de embarque. Pero al levantar la vista, se detuvo en seco.

A unos metros, junto a una tienda libre de impuestos, estaban ellos. La pareja del aeropuerto de La Habana. El hombre, la mujer… y el mismo niño de mirada fija.

Pero no estaban solos.

Allí estaban también los dos hombres del Hotel Copacabana.
Los mismos que lo habían seguido en silencio por las calles de Camagüey.
Los que lo vigilaron desde la sombra hasta Bayamo.
Los que nunca se perdieron, aunque nunca se mostraran del todo.

Ahora estaban todos juntos. No se escondían. Lo miraban. Como si ya supieran adónde iba.

Y entonces, sin quererlo, el recuerdo lo atravesó como un relámpago silencioso.

A veces, cuando cerraba los ojos, el recuerdo volvía con nitidez.

La sangre invisible aún se aferraba a él.
Podía escuchar de nuevo el estallido seco de las llantas, el crujido de los cristales, los gritos apagados por la bruma.
El accidente en la Carretera Central no había quedado atrás: vivía en su cuerpo como una huella que no se borra.

Y en ese instante, entre los murmullos del aeropuerto, creyó ver una imagen fugaz de Juan Miguel, el babalawo, de pie junto al río.
Lo miraba con calma, como si ya supiera.
La visión se disipó tan rápido como el humo esparcido por el viento.
Pero el mensaje había quedado.

La sombra que lo había rozado aquel día… ahora estaba de pie, allí, frente a él.

Fue en ese instante cuando Henrik lo comprendió.

No embarcaría para Suecia.
No podía volver a la rutina como si nada.
Había señales que no podía ignorar.

Tomó la decisión de dirigirse a Nigeria.
A Osogbo.
Al encuentro con Osun.

Porque la respuesta no estaba en lo que dejaba atrás,
sino en lo que lo esperaba en el camino.

Apretó con fuerza el pasaporte remendado y el carné sueco.
Y caminó hacia el mostrador de conexiones, sabiendo que la ruta hacia Osogbo no sería un simple viaje espiritual.

Osun había movido su cuenco.
La sombra ya no se ocultaba.
Lo esperaba.

Gracias por leerme.
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© Henrik Hernandez, 2025. Bajo protección de la Ley Sueca de Derechos de Autor (Upphovsrättslagen, 1960:729).

Créditos y colaboración técnica

Esta narración ha sido redactado por Henrik Hernandez, autor de más de 800 textos publicados en Tocororo Cubano, con una línea editorial comprometida con la defensa del socialismo cubano, el pensamiento crítico y la soberanía nacional.

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