De la tierra al poder II: la trampa del sedentarismo, empeoramiento de la salud
por Henrik Hernandezpublicado en
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Por Henrik Hernandez
Este es el segundo capítulo de la serie De la tierra al poder: Historia, presente y futuro de la desigualdad, de la Revolución Neolítica al socialismo genuino. En la primera entrega vimos cómo la agricultura y la ganadería dieron origen a excedentes, desigualdad y los primeros Estados. Hoy nos adentramos en una pregunta incómoda: si el nuevo modo de vida deterioró la salud de quienes lo adoptaron, ¿por qué lo seguimos practicando hasta hoy?
Un avance técnico… con un alto precio físico
En mayo de 1987, el biólogo evolutivo Jared Diamond publicó en la revista Discover un artículo provocador: El peor error en la historia de la raza humana. Su argumento central era que la transición de cazadores-recolectores a agricultores sedentarios no trajo mejoras en la salud, sino todo lo contrario.
La bioarqueología respalda esta visión. Un estudio publicado en 2011 en Proceedings of the National Academy of Sciences analizó más de 11 000 restos óseos de diferentes regiones y constató que, tras la adopción de la agricultura, la altura promedio de los adultos se redujo drásticamente. En el Levante y ciertas islas del Caribe, los hombres perdieron hasta 15 centímetros y las mujeres hasta 13 centímetros respecto a sus ancestros recolectores. En China, Nubia y el valle del Indo, los primeros agricultores también eran notablemente más bajos que sus predecesores. La estatura es un indicador sensible de nutrición y salud durante la infancia, y esta disminución refleja dietas más pobres y mayor estrés fisiológico.
La dieta agrícola, basada en uno o pocos cultivos principales, redujo la variedad de nutrientes. Esto se evidencia en lesiones como la criba orbital y la hiperostosis porótica —marcadores clásicos de anemia por deficiencia de hierro— presentes en hasta el 60 % de los individuos en asentamientos como Çatalhöyük. También aumentaron otras patologías nutricionales ausentes en restos de cazadores-recolectores.
La salud dental se deterioró notablemente. Los cazadores-recolectores tenían dientes desgastados pero libres de caries. Los primeros agricultores, en cambio, consumían carbohidratos blandos y pegajosos, como gachas y panes de cereales, que favorecieron la aparición masiva de caries, enfermedad periodontal e hipoplasia del esmalte (estrías en los dientes producidas por malnutrición en la infancia). En yacimientos como Ganj Dareh (Irán, hace 10 000 años), más del 80 % de los adultos presentaban patologías dentales; en la Nubia neolítica, casi todas las muelas adultas estaban cariadas o con abscesos, llegando en algunos casos a perforar el hueso mandibular.
El cuerpo como registro del trabajo forzado
La agricultura extensiva e intensiva exigía largas horas de trabajo repetitivo y físicamente agotador. En Çatalhöyük se han encontrado signos de enfermedades articulares degenerativas en columna, rodillas y tobillos, incluso en adultos jóvenes. Los huesos de los pies muestran deformaciones posiblemente causadas por largas horas arrodillados moliendo grano. Los antebrazos revelan entesopatías, huellas de desgarros musculares por esfuerzo repetitivo. Este no era un trabajo recreativo: era un castigo físico diario combinado con una dieta limitada en micronutrientes.
La ganadería y el legado de las zoonosis
La domesticación de animales, iniciada en paralelo con la agricultura, transformó la dieta y el trabajo, pero también introdujo un nuevo conjunto de riesgos sanitarios. Convivir estrechamente con especies como cabras, ovejas, vacas, cerdos y aves facilitó la transmisión de patógenos entre animales y humanos, dando origen a enfermedades zoonóticas que aún hoy persisten.
Entre los ejemplos más conocidos están la viruela (probablemente originada en ganado bovino), el sarampión (derivado de un virus del ganado), la gripe (transmitida desde aves y cerdos) y la tuberculosis bovina. En asentamientos densamente poblados, la combinación de establos, viviendas y almacenamiento de grano atrajo roedores y parásitos, multiplicando el riesgo de contagio.
Este contacto constante no solo favoreció la aparición de enfermedades agudas, sino que incrementó la carga de parásitos intestinales y respiratorios, debilitando la salud general. A diferencia de los cazadores-recolectores, que rara vez convivían de forma prolongada con animales, los agricultores-ganaderos vivían inmersos en un ecosistema patógeno permanente.
Excepciones que confirman la regla
No todas las sociedades agrícolas experimentaron un deterioro tan severo. En algunas regiones de Mesoamérica, por ejemplo, la práctica de la milpa —cultivo intercalado de maíz, frijol y calabaza— aportaba una dieta más equilibrada y reducía deficiencias nutricionales graves. Aunque también existían desigualdades y vulnerabilidades, la diversidad alimentaria mitigaba parte de los efectos negativos observados en los sistemas de monocultivo del Viejo Mundo.
La trampa generacional y el poder
Si este modo de vida causaba tantos daños, ¿por qué no volvimos atrás? Las razones fueron estructurales:
Mayor productividad calórica por hectárea permitió alimentar más personas en menos espacio.
Crecimiento poblacional que hizo inviable regresar a la caza y la recolección.
Acumulación de excedentes que sostenían a artesanos, guerreros y élites, consolidando jerarquías.
Control estatal e ideológico: los primeros Estados no solo almacenaban y redistribuían alimentos, sino que legitimaban su poder mediante religión y rituales, y lo aseguraban con la coerción física. El tributo agrícola se convirtió en obligación sagrada y legal, y la resistencia podía castigarse con violencia.
Este conjunto de factores creó una trampa generacional: una vez dentro, las comunidades quedaron atadas a un sistema que no era el más saludable, pero sí el más productivo y políticamente estable para quienes detentaban el poder.
Un espejo del presente
El patrón de monocultivo y dieta limitada que comenzó en el Neolítico resuena hoy en la agricultura industrial y en el consumo masivo de alimentos ultraprocesados. Las enfermedades crónicas no transmisibles —como la diabetes tipo 2 o las cardiovasculares— pueden verse como las herederas modernas de aquellos problemas de nutrición y sedentarismo iniciados hace milenios.
Conclusión
La agricultura y la ganadería no se adoptaron por ser más saludables, sino porque alimentaban a más personas y permitían sostener estructuras complejas de poder. A cambio, sacrificamos diversidad alimentaria, resiliencia comunitaria y salud física. Lo que comenzó como una innovación técnica se convirtió en un modelo de civilización del que, hasta hoy, no hemos escapado.
Glosario de términos clave:
Agricultura extensiva: Uso de grandes superficies de tierra para producir alimentos, generalmente con baja densidad de trabajo humano por unidad de área.
Agricultura intensiva: Producción de alimentos en espacios reducidos mediante gran inversión de trabajo o tecnología.
Criba orbital: Lesión porosa en la cavidad ocular, asociada a anemia.
Çatalhöyük: Importante asentamiento neolítico en la actual Turquía, habitado entre 7500 y 5700 a.C.
Entesopatía: Lesión ósea causada por el estrés repetitivo en los puntos de inserción de tendones o ligamentos.
Hiperostosis porótica: Engrosamiento poroso del hueso del cráneo, relacionado con anemia severa.
Hipoplasia del esmalte: Defecto en el desarrollo del esmalte dental causado por malnutrición o enfermedad en la infancia.
Milpa: Sistema agrícola mesoamericano de policultivo que combina maíz, frijol y calabaza, entre otros, para optimizar la producción y la nutrición.
Sedentarismo: Establecimiento de poblaciones permanentes, en las que los grupos humanos permanecen en un mismo lugar durante largos periodos, abandonando el nomadismo.
Zoonosis: Enfermedad infecciosa que se transmite de animales a humanos de manera natural.
Fuentes consultadas:
Diamond, J. (1987, May). The worst mistake in the history of the human race. Discover Magazine, 64–66.
Larsen, C. S. (2014). Bioarchaeology: Interpreting behavior from the human skeleton (2nd ed.). Cambridge University Press.
Pinhasi, R., & Stock, J. T. (Eds.). (2011). Human bioarchaeology of the transition to agriculture. Wiley-Blackwell.
Pinhasi, R., Stock, J. T., & Eshed, V. (2011). Early Holocene human population density and growth. Proceedings of the National Academy of Sciences, 108(41), 16731–16736. https://doi.org/10.1073/pnas.1112563108
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Créditos y colaboración técnica
Este artículo ha sido redactado por Henrik Hernandez, autor de más de 800 textos publicados en Tocororo Cubano, con una línea editorial comprometida con la defensa del socialismo cubano, el pensamiento crítico y la soberanía nacional.
La estructura argumental, la revisión constitucional y el enfoque político han sido elaborados con el acompañamiento editorial de Sofía (IA literaria ChatGPT), presente desde julio de 2024 como asistente constante en el proceso de escritura, análisis y estilo.
También se ha contado con el contraste teórico y validación conceptual brindados por la inteligencia artificial DeepSeek, utilizada en calidad de herramienta crítica para el análisis institucional y económico.
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