Sociedad

Crónica desde el pensamiento: nada cambia espontáneamente

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Por Henrik Hernandez - Tocororo Cubano

Hay palabras que se repiten hasta convertirse en eco. Una de ellas es espontáneamente. En estos días volvió a mí a través de un texto reflexivo y honesto de José Manuel Valido Rodríguez, que me hizo pensar —y repensar— sobre una idea esencial: en Cuba, nada cambia por el solo hecho de aprobar una ley o poner en vigor una norma jurídica.

Y es cierto. Nada cambia espontáneamente.

No lo hace la realidad cuando se publica una ley en la Gaceta Oficial.
No lo hace la economía cuando se aprueba un decreto.
No lo hace la vida cotidiana cuando se anuncia un programa de gobierno.

Las normas no transforman la realidad por sí mismas. A lo sumo, abren un marco posible. El resto depende de algo más complejo y menos visible: capacidades reales, incentivos correctos, coherencia institucional y, sobre todo, confianza social.

Pensaba en ello al leer a Valido. Pensaba también en Cuba, en las reformas recientes, en las expectativas —a veces sinceras, a veces desesperadas— de que el cambio llegue con la letra impresa, como si el problema fuera solo normativo y no profundamente estructural.

Un extranjero puede pagar hoy una cerveza en dólares, como podía hacerlo ayer. La diferencia no está en el acto, sino en su reconocimiento legal. Legalizar una práctica existente no la transforma; simplemente la reconoce. Y reconocer no es lo mismo que ordenar, dirigir o resolver.

Tampoco el mercado informal desaparece porque se le pida que lo haga. Los precios no obedecen decretos. Las monedas no responden a consignas. Allí donde la tasa oficial no dialoga con la realidad, la realidad impone su propio lenguaje.

Lo mismo ocurre con otros ámbitos que Valido menciona con claridad: la producción de alimentos, la seguridad vial, la comunicación pública, la atención a las personas. Ninguna ley tapa un bache. Ningún documento enciende un semáforo apagado por los apagones. Ninguna estrategia sustituye el talento, la responsabilidad y la capacidad de ejecución.

No se trata de negar la importancia de las leyes. Al contrario: son necesarias. Pero no son suficientes.

Existe una tentación recurrente —y comprensible— de atribuir los problemas a la falta de voluntad individual, a cuadros que “no están a la altura”, a funcionarios que no cumplen. A veces es así. Otras veces, esa explicación resulta insuficiente, porque el problema no reside solo en las personas, sino en las estructuras que organizan el poder, la decisión y el control.

Hay situaciones en las que incluso cuadros honestos, trabajadores y comprometidos terminan reproduciendo los mismos resultados insatisfactorios, no por falta de voluntad, sino porque actúan dentro de mecanismos que concentran la dirección, fragmentan la responsabilidad y diluyen el control real. Cuando la capacidad de decidir se separa de la capacidad de responder ante la sociedad; cuando la dirección se ejerce sin retroalimentación efectiva desde la base; y cuando el control se concibe más como supervisión administrativa que como control social vivo, el sistema genera inercias propias.

En ese contexto, cambiar personas sin revisar los circuitos de decisión equivale a mover piezas sin alterar el tablero. No se trata solo de quién ocupa un cargo, sino de cómo se ejerce la dirección, desde dónde se decide y ante quién se rinden cuentas las decisiones tomadas. Allí donde la conducción de los procesos económicos y sociales se concentra de manera funcional —aunque no formalmente propietaria— surge una brecha entre quienes dirigen y quienes viven cotidianamente las consecuencias de esas decisiones. Esa brecha no es necesariamente ideológica; es estructural.

Por eso, muchas veces, las políticas no fracasan por falta de diagnóstico, ni siquiera por ausencia de normas, sino porque el diseño mismo del poder impide que el conocimiento disperso, la experiencia concreta y las necesidades reales de la población influyan de manera vinculante en la toma de decisiones. Cuando la dirección no puede ser corregida desde abajo, tiende a autocorregirse tarde, mal o nunca.

Pensar este problema no implica negar la importancia del liderazgo, ni mucho menos de la unidad. Implica reconocer que sin control social efectivo sobre la dirección, la mejor voluntad política corre el riesgo de convertirse en rutina, formalismo o inercia. Y entonces, una y otra vez, se vuelve a culpar a las personas por fallas que nacen, en realidad, de la forma en que está organizada la dirección misma.

Por eso los debates importan, y mucho. No como ritual ni como formalidad, sino como ejercicio real de pensamiento colectivo. Decir lo que no funciona, proponer lo que podría funcionar mejor, escuchar sin miedo a la crítica honesta. Pensar juntos no garantiza soluciones, pero no pensar juntos garantiza el estancamiento.

Hay momentos en los que lo que está en juego no es una ley concreta ni un decreto específico. Está en juego algo más profundo: la capacidad de un proyecto histórico para aprender de sí mismo, para cambiar sin negarse, para defender la unidad sin confundirla con inmovilidad.

Nada cambia espontáneamente. Pero nada cambia tampoco sin pensamiento.

Y pensar —pensar de verdad— sigue siendo una forma de resistencia serena, de cuidado colectivo y de lealtad profunda al futuro.

Glosario de términos clave:

Control social efectivo: Capacidad real de la sociedad para incidir, corregir y fiscalizar las decisiones que afectan su vida cotidiana, más allá de mecanismos formales o administrativos.

Dirección: Ejercicio del poder de decisión sobre procesos económicos, políticos y sociales. No se limita a cargos, sino a la capacidad efectiva de orientar resultados.

Estructuras de poder: Conjunto de mecanismos, normas, prácticas e instituciones que organizan quién decide, cómo decide y ante quién responde.

Formalismo: Práctica mediante la cual se cumple una norma o procedimiento sin que ello produzca el efecto real para el cual fue concebido.

Inercia institucional: Tendencia de las estructuras organizativas a reproducir comportamientos y resultados, incluso cuando las condiciones que los originaron han cambiado.

Plusdirección (concepto implícito): Concentración funcional de la capacidad de dirección y decisión que, aun sin propiedad formal, genera asimetrías de poder y dificulta el control social efectivo.

Gracias por leerme.
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© Henrik Hernandez, 2025. Bajo protección de la Ley Sueca de Derechos de Autor (Upphovsrättslagen, 1960:729). Todos los derechos reservados. Queda prohibida la reproducción total o parcial sin autorización. 

Declaración de autoría

Formación multidisciplinaria:

Geopolítica y Ciencias Sociales: Licenciado en Ciencias Pedagógicas con especialización en Historia y Ciencias Sociales por la Escuela Superior Interarmas de Políticos Militares de Minsk (1986)

Economía y mercados: Graduado de Vendedor y Promotor de Comercio Internacional en Säljehögskola - Mercuri International (2001)

Psicología y Salud: Auxiliar de Enfermería en Lärgården (2010) con especialización en Psiquiatría (2025)

Método de trabajo:
Artículo investigado, argumentado y redactado íntegramente por el autor. Se empleó IA exclusivamente para estructuración editorial y contraste conceptual bajo supervisión humana constante.

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