Opiniones

Crónica de una acusación que al parecer nunca existió

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Por Henrik Hernandez

En una época en la que el ejercicio del poder a menudo se lleva a cabo tras fachadas de formalidad y silencio, esta crónica relata un encuentro real entre un ciudadano y la autoridad.

No es una historia de dramatismo, sino de dignidad. No trata de acusaciones demostradas, sino de aquellas que nunca existieron, pero que aun así amenazaron.

Con calma, silencio y la fuerza de la palabra, se enfrenta una actuación sin base legal.

Este texto no es solo un testimonio: es un recordatorio de que el coraje cívico a veces se manifiesta precisamente en la resistencia serena.

Casa de la Solidaridad, Estocolmo – 16 de marzo de 2024

Era un sábado frío en Estocolmo. En la Casa de la Solidaridad se celebraba la reunión anual de una organización amiga de Cuba. Yo colaboraba voluntariamente en la entrada, asegurando el acceso ordenado al local.

Durante el evento, apareció un pequeño grupo anticubano. Tenían permiso policial para manifestarse, pero no se limitaron a eso. Gritaban frases ofensivas, sostenían pancartas provocadoras y perturbaban el ambiente con un claro objetivo: intimidar.

Uno de ellos se colocó justo en la zona de entrada, obstruyendo físicamente el paso. Con su pancarta, se interponía frente a cada persona que intentaba ingresar, colocándola casi en el rostro de los asistentes. No era protesta, era provocación.

Salí. Con calma, sin violencia, le pedí que se apartara del área de entrada. En ese momento, apareció la policía.

Uno de los agentes se dirigió hacia mí con actitud hostil y lenguaje corporal agresivo. No preguntó, no indagó, no escuchó a los presentes. Me observó fijamente, y tras unos segundos de silencio, me dio un leve golpe en el hombro y se retiró. No respondí. Elegí mantener la compostura. Sabía que cualquier palabra mal interpretada podía ser usada en mi contra.

Tres horas después, cuando todo había terminado y los manifestantes se habían marchado, el mismo agente regresó. Esta vez, su tono era diferente:

—“¿Podemos hablar un momento?”

Asentí. Me pidió la identificación y, con un tono autoritario, me comunicó que estaba haciendo una acusación policial en mi contra.

Le pregunté con serenidad:

—“¿De qué delito se me acusa?”

No respondió. Solo dijo que alguien me llamaría por teléfono para interrogarme. Fue todo.

Un amigo intentó interceder. Otro confronto verbalmente al agente. Yo, otra vez, elegí el silencio. Porque no era momento de hablar, sino de prepararse.

La respuesta: dignidad redactada

El lunes siguiente, me presenté en la estación de policía. Llevaba conmigo una acusación formal por escrito, redactada con cuidado, donde relataba con precisión lo ocurrido: el comportamiento del agente, el contexto del hecho y la falta de fundamento legal en su acusación.

Me dirigí a la agente de guardia:

—“Quiero saber si existe una acusación registrada en mi contra y de qué se me acusa.”

Su reacción fue inmediata: actuó con soberbia y una agresividad evidente, como si mi sola presencia fuese un acto de desafío. Pero no me alteré. Abrí mi carpeta y le presenté mi contra-acusación escrita.

Todo cambió.

La agente leyó el documento con detenimiento. Su tono se volvió más moderado. Me pidió que esperara. Llamó a uno de sus colegas, quien fue a consultar internamente.

Diez minutos después, regresaron con una respuesta escueta:

—“No hay ninguna acusación registrada en su contra.”

A partir de ese momento, la agente que me había atendido adoptó un tono completamente distinto. Casi como una asesora jurídica, comenzó a explicarme detalles relacionados con la contra-acusación que yo había presentado. Entre los cuatro puntos contenidos en mi escrito, uno señalaba directamente al agente que actuó el sábado anterior, acusándolo del delito de calumnia.

Ella intentó convencerme de que esa parte no se sostendría legalmente, argumentando que un policía no puede ser acusado de calumnia mientras se encuentra en ejercicio de sus funciones. Yo escuché su opinión, pero respondí con firmeza:

—“Soy de otro criterio. Es una cuestión de valoración que debe ser juzgada por un tribunal, para que el mismo se pronuncie al respecto.”

Me miro fijamente, hizo una larga pausa y luego continuó con su explicación. Que por cierto he toma en mi bagaje de conocimientos.

Epílogo: La verdad, cuando no tiembla, incomoda

No hubo disculpas. No hubo explicaciones. Pero tampoco hubo acusación oficial. Y en ese silencio final, se reveló lo esencial: la acusación , al parecer, nunca existió porque no podía sostenerse.

Mi respuesta fue la que corresponde a quien no debe nada: ni sumisión, ni escándalo. Solo la firmeza de una verdad escrita, pensada y sostenida con dignidad.

Porque a veces, frente al poder mal ejercido, la palabra más fuerte no es la que grita… es la que se redacta.

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Copyright © Henrik Hernandez 2025

La redacción e investigación de este artículo han contado con la asistencia de inteligencia artificial, utilizada desde julio de 2024.

#cuba #tocororocubano #DefensaCívica #ActuaciónPolicial

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