Crítica cinematográfica: Conducta (2014)
por Henrik Hernandezpublicado en
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Por Henrik Hernandez
La película cubana Conducta (2014), dirigida por Ernesto Daranas, ha sido celebrada internacionalmente como un retrato duro y emotivo de la infancia en contextos vulnerables. Sin embargo, su fuerza dramática descansa en una selección de conflictos tan intensos que terminan desdibujando la complejidad real de la sociedad que intenta representar. En esta reseña crítica examino no solo la calidad cinematográfica de la obra, sino también su impacto simbólico y la forma en que sus elecciones narrativas pueden distorsionar la percepción de Cuba, amplificando sombras que existen, pero que no definen la vida cotidiana de la mayoría.
Conducta es una película que busca conmover desde la crudeza, pero en ese intento incurre en una estética que oscila entre lo testimonial y lo sensacionalista, construyendo una imagen de Cuba profundamente marcada por la exageración de sus sombras. Aunque la dirección de Ernesto Daranas tiene momentos de gran humanidad, el filme desarrolla su narrativa mediante el uso insistente de conflictos superlativizados, lo cual desbalancea su universo y afecta su autenticidad.
La historia de Chala —un niño de once años inmerso en la marginalidad— pretende ser un espejo de realidades complejas que existen en ciertos sectores, pero el relato selecciona deliberadamente los elementos más extremos del entorno: violencia doméstica, drogadicción, abandono familiar, peleas de perros, precariedad absoluta. Son fragmentos reales, sí, pero su acumulación sistemática genera un efecto de distorsión social. La película parece necesitar que cada escena confirme un tono de tragedia permanente, dejando fuera los matices y la diversidad que caracterizan la vida cotidiana cubana.
La escena de las peleas de perros es emblemática en este sentido. Su inclusión —mostrada de manera casi ritual— funciona más como recurso dramático que como vehículo de análisis social. Aunque ese fenómeno existe en ciertos circuitos, incluidos espacios elitistas donde, según testimonios directos, solo para entrar se pueden pagar 200 dólares, sigue siendo una práctica marginal, no un componente estructural de la vida cotidiana de la mayoría de las familias cubanas ni de los entornos escolares que la película recrea. Conducta, sin embargo, presenta ese universo como si fuera una atmósfera habitual, lo que amplifica una imagen oscura y no representativa del panorama nacional. La selección dramática es efectiva a nivel cinematográfico, pero desbalancea la verosimilitud social y refuerza estereotipos externos.
El conflicto escolar es otro punto donde la película ensaya un dramatismo extremo. El enfrentamiento entre la maestra Carmela y la dirección escolar ofrece una metáfora sobre la lucha entre principios y burocracia, pero el guion intensifica las tensiones de manera artificial, polarizando a los personajes: unos demasiado nobles, otros excesivamente rígidos. Este maniqueísmo resta profundidad a un tema que merecía mayor sutileza, porque en la vida real los dilemas pedagógicos rara vez se reducen a héroes contra villanos, sino a complejas interacciones humanas, institucionales y sociales.
Es innegable que Daranas domina la puesta en escena y extrae actuaciones muy sensibles, especialmente en la relación entre Chala y Carmela. Es en esos momentos donde la película alcanza su mejor nivel: gestos silenciosos, lealtades frágiles, miradas cómplices. Allí aparece una Cuba real, íntima, profundamente humana. Sin embargo, esos destellos quedan rodeados por un diseño dramático que insiste en reforzar la misma idea: un país atrapado en su propio deterioro, sin espacios para la luz cotidiana, el humor, la solidaridad espontánea o la normalidad social.
Como obra cinematográfica, Conducta funciona: conmueve, atrapa, despierta emociones fuertes. Pero como representación social, es problemática. Su narrativa, aunque legítima como ficción, termina reforzando visiones reductoras sobre Cuba, proyectando una realidad parcial como si fuese la totalidad. El espectador no familiarizado con la sociedad cubana podría salir con la impresión de que la infancia está dominada por violencia extrema, autoritarismo escolar y un paisaje humano sin grises. Y esa impresión, aunque cinematográficamente efectiva, no es justa.
Conducta es una película que quiere denunciar, pero en su esfuerzo por ser incisiva termina adoptando una lógica de acumulación de traumas. Pierde así la oportunidad de mostrar esa mezcla compleja de desafíos y resiliencia que caracteriza a tantas infancias cubanas. La obra, en definitiva, deja una huella emocional intensa, pero no siempre desde la honestidad del equilibrio, sino desde una estética del exceso que, paradójicamente, diluye la verdad que pretende resaltar.
Fuente:
Conducta (película cubana, 2014).
Disponible en el canal de Ylme Godoy: https://www.youtube.com/watch?v=evmFyTarAao
Gracias por leerme.
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