Capitalismo “social” en Cuba: la restauración que no se atreve a decir su nombre
por Henrik Hernandezpublicado en
Introducción
En los últimos tiempos ha comenzado a circular un discurso aparentemente moderado, pedagógico y conciliador que propone para Cuba una fórmula seductora: el llamado “capitalismo social”. Bajo una estética amable, plagada de símbolos nacionales, familias protegidas y servicios públicos intactos, esta narrativa intenta presentar el mercado capitalista como compatible con la justicia social y, más aún, como una evolución razonable del proyecto revolucionario.
Nada más lejos de la verdad.
Este tipo de propuestas no constituyen un debate económico honesto, sino una operación de desarme ideológico cuidadosamente diseñada para vaciar de contenido histórico y político a la Revolución Cubana.
El truco del lenguaje: cuando las palabras anestesian
El primer elemento a desmontar es el propio concepto de “capitalismo social”. No existe como categoría científica ni como sistema histórico autónomo. Es una fórmula retórica, creada para suavizar la percepción del capitalismo y desligarlo de sus consecuencias estructurales: la concentración de la propiedad, la desigualdad social y la subordinación del Estado a los intereses del capital.
Hablar de “capitalismo social” cumple una función precisa: desactivar el rechazo emocional y político que el capitalismo genera en una sociedad con memoria histórica. Se trata de una estrategia de resignificación: no se niega el mercado, se lo moraliza; no se cuestiona la propiedad privada concentrada, se la presenta como motor del bienestar colectivo.
El mito del “mercado con justicia social”
Uno de los pilares del discurso es la idea de un “mercado con justicia social”. Aquí se esconde la falsificación central.
El mercado no es neutral. No distribuye según necesidades, sino según capacidad de pago. No protege al débil, sino que premia la acumulación. La justicia social no emerge del mercado, sino que solo existe cuando se le imponen límites desde fuera: impuestos progresivos, regulación estricta, planificación y control político.
Cuando el mercado se convierte en principio organizador de la economía, la justicia social deja de ser un derecho y pasa a ser una compensación. Primero se genera desigualdad; luego se intenta corregirla con políticas sociales cada vez más frágiles y costosas. Este patrón no es una hipótesis ideológica: es una regularidad histórica.
Propiedad: la pregunta que nunca hacen
Toda discusión honesta sobre modelos económicos debería partir de una pregunta fundamental: ¿quién controla la propiedad productiva? Sin embargo, el discurso del “capitalismo social” evita sistemáticamente este punto.
En el capitalismo, por muy “regulado” que se presente, la propiedad privada concentrada determina las decisiones estratégicas de la economía. El Estado queda reducido a un árbitro que intenta corregir desequilibrios que él mismo ya no controla. Lo social pasa a depender del excedente que el capital esté dispuesto a ceder, no de una decisión soberana de la sociedad.
El socialismo, en cambio, no se define por la existencia o no de mercado, sino por el control social de la propiedad y la producción. Sin ese control, hablar de justicia social es hablar de asistencia, no de emancipación.
“Mantener lo público”: una promesa sin sustento estructural
Otro argumento recurrente afirma que, aun con un capitalismo “social”, se mantendrían la salud y la educación públicas. La experiencia internacional demuestra lo contrario.
Cuando el capital privado se convierte en actor dominante, el Estado termina capturado por sus intereses. Lo público no se elimina de golpe; se subfinancia, se degrada y se presenta como ineficiente. Lo privado aparece entonces como “complemento necesario” y, con el tiempo, como solución inevitable. El resultado es la mercantilización progresiva de derechos que antes eran universales.
Micro–anclaje histórico (opción incorporada)
La historia reciente ofrece múltiples ejemplos de este proceso. En Europa del Este, tras 1991, la promesa de “economías de mercado con protección social” derivó rápidamente en privatizaciones masivas, captura del Estado por nuevas élites económicas y degradación acelerada de los sistemas públicos de salud y educación. En América Latina, diversas experiencias de “capitalismo regulado” o “inclusivo” terminaron subordinando lo social a los ciclos del capital, convirtiendo derechos universales en programas focalizados y condicionados. No se trata de errores de implementación, sino de una regularidad estructural: cuando la propiedad productiva deja de ser social, lo social deja de ser soberano.
Redefinir el socialismo para liquidarlo
Quizás el elemento más peligroso de esta narrativa sea la redefinición del socialismo como simple “cuidado de la gente”. Según esta lógica, el socialismo ya no sería un sistema de poder popular y control social de la economía, sino una política asistencial compatible con cualquier forma de propiedad.
Este desplazamiento conceptual no es inocente. Reducir el socialismo a “cuidar” implica despojarlo de su carácter emancipador y transformador. Lo convierte en una ética blanda, gestionable por el mercado, y por tanto prescindible.
Cuando el socialismo deja de ser control popular y se convierte en beneficencia, deja de ser socialismo.
La restauración sin nombre
El llamado “capitalismo social” no es una tercera vía ni una síntesis superadora. Es una restauración capitalista gradual, diseñada para no provocar ruptura simbólica ni resistencia frontal. Conserva banderas, hospitales y discursos de justicia, mientras desplaza silenciosamente el eje real del poder económico.
No promete abolir la Revolución. Promete algo más eficaz: volverla innecesaria.
Y cuando una revolución deja de ser necesaria en la conciencia colectiva, ya ha sido derrotada antes de desaparecer formalmente.
Rearmar la conciencia es defender la Revolución
La defensa de la Revolución Cubana hoy no pasa solo por resistir agresiones externas, sino por rearmar ideológicamente a la sociedad frente a narrativas que buscan normalizar la subordinación al capital como si fuera progreso.
No se trata de negar debates ni de idealizar errores. Se trata de no perder de vista la cuestión central: sin control popular sobre la economía, no hay justicia social duradera.
La Revolución no nació para gestionar mercados. Nació para liberar a la sociedad del dominio del capital.
Glosario de términos clave:
Capitalismo social:
Término retórico sin base científica, utilizado para legitimar la expansión del mercado capitalista bajo una estética de supuesta protección social, ocultando la concentración de la propiedad y el poder.
Justicia social:
Principio político que implica distribución equitativa de recursos y derechos garantizados colectivamente; no es un resultado espontáneo del mercado.
Control social de la propiedad:
Capacidad efectiva de la sociedad para decidir sobre los medios de producción, su orientación y sus fines, más allá de la titularidad formal.
Restauración capitalista:
Proceso gradual mediante el cual se reinstala la lógica del capital como principio dominante, sin ruptura simbólica ni declaración explícita.
Captura del Estado:
Situación en la que los intereses del capital privado condicionan de forma decisiva las políticas públicas y la orientación del Estado.
Fuentes consultadas:
Harvey, D. (2005). A brief history of neoliberalism. Oxford University Press.
Hobsbawm, E. (1994). The age of extremes: The short twentieth century, 1914–1991. Michael Joseph.
Polanyi, K. (1944). The great transformation: The political and economic origins of our time. Beacon Press.
Stiglitz, J. E. (2012). The price of inequality. W. W. Norton & Company.
Therborn, G. (2013). The killing fields of inequality. Polity Press.
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Por Henrik Hernandez - Tocororo Cubano
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